Había una vez un viudo que tenía tres hijas. Las dos mayores eran muy dadas a divertirse y a lucir, pero la menor sólo se preocupaba de los quehaceres domésticos, aunque era incomparablemente hermosa. Un día, el padre tenía que ir a la feria de la ciudad y les dijo:
- Queridas hijas, ¿qué queréis que os compre en la feria?
La mayor de las hijas contestó:
- ¡Cómprame un vestido nuevo!
La mediana contestó:
- ¡Cómprame un pañuelo de seda!
La menor contestó:
- ¡Cómprame un clavel rojo!
El viudo fue a la feria y compró un vestido nuevo para la hija mayor y un pañuelo de seda para la mediana; mas, por mucho que buscó, no pudo encontrar un clavel rojo. Ya estaba de regreso cuando se cruzó en el camino con un viejecito a quien no conocía, y el viejecito llevaba un clavel rojo en la mano. El viudo se alegró mucho al verlo y preguntó al viejecito:
- ¿Quieres venderme ese clavel rojo, viejecito? Y el otro le contestó:
- Mi clavel rojo no se vende, no tiene precio porque es inapreciable; pero te lo regalaré si quieres casar a tu hija menor con mi hijo.
- ¿Y quién es tu hijo, viejecito?
- Mi hijo es el apuesto y valiente guerrero Fenist, el halcón radiante. De día vive en el cielo sobre las nubes y de noche baja a la tierra como un hermoso joven.
El viudo reflexionó. Si no tomaba el clavel rojo infligiría un agravio a su hija, y, si lo tomaba, cualquiera sabía el matrimonio que saldría de aquello. Después de mucho cavilar, aceptó el clavel rojo, porque se le ocurrió pensar que si Fenist, el halcón radiante, que había de ser novio de su hija no le gustaba, siempre habría manera de romper el trato. Pero, apenas el desconocido le hubo entregado el clavel, desapareció para no dejarse ver más. El pobre viudo se apretaba la cabeza con las manos y estaba tan confuso, que ni se atrevía a mirar el clavel rojo, y al llegar a casa dio a sus hijas mayores lo que le habían pedido, y a la menor el clavel rojo, mientras le decía:
- No me gusta tu clavel rojo, hija mía, no me gusta.
- ¿Por qué lo desprecias de esa manera, querido padre? -preguntó ella.
Y el padre le explicó, hablándole al oído:
- Porque tu clavel rojo está encantado; no tiene precio y no puede comprarse con dinero. Para adquirirlo he tenido que ofrecerte en matrimonio al hijo del viejecito que encontré en el camino, a Fenist, el halcón radiante. -Y le contó lo que el viejo le había dicho de su hijo.
- No te apenes, papá -dijo la hija,- y no juzgues a mi prometido por las apariencias, pues aunque venga volando, no por eso lo querremos menos.
Y la hermosa joven se encerró en su aposento, puso el clavel rojo en agua, abrió la ventana y se quedó contemplando el cielo. Apenas había el sol traspuesto el bosque, cuando, sin saber de dónde llegó, raudo, ante la ventana, Fenist, el halcón radiante, agitó su plumaje como un manojo de flores, se pasó en el alféizar, entró volando al aposento, cayó al suelo y se transformó en un apuesto guerrero de belleza incomparable. La doncella se asustó y estuvo a punto de gritar, pero él la cogió suavemente de la mano y la miró con ternura en los ojos, diciendo:
- ¡No temas, amada mía! Cada noche, hasta que nos casemos, vendré volando a tu lado. Siempre que pongas en la ventana el clavel rojo acudiré a la cita. Aquí tienes una plumita de mi alita. Siempre que desees alguna cosa, sal a la galería y agita la plumita en el aire, y lo que desees aparecerá ante ti.
Luego Fenist, el halcón radiante, besó a su prometida y salió por la ventana volando. Dejó tan prendada a la doncella, que desde entonces, cada noche ponía ella el clavel en la ventana, y siempre que esto hacía, Fenist, el halcón radiante, acudía a su lado en forma de un joven guerrero.
Así pasó una semana y llegó el domingo. Las hermanas mayores fueron a la iglesia luciendo sus nuevas prendas, y se burlaron de la hermana menor, diciéndole:
- ¿Y tú qué vas a llevar? No tienes nada nuevo qué lucir.
Y ella les contestó:
- Como no tengo nada, me quedaré en casa.
Pero cuando las hermanas hubieron salido, fue a la galería y agitó al aire la pluma, y sin saber cómo ni de dónde, apareció ante ella una carroza de cristal tirada por hermosos caballos y conducida por lacayos con libreas de oro, que le presentaban un vestido de riquísima seda con bordados de piedras preciosas. La hermosa doncella se sentó en la carroza y fue a la iglesia, y todos la miraban al pasar, admirando su belleza y su esplendor deslumbrante.
- Sin duda ha venido a la iglesia una Zarevna. ¡No hay más que verla! -cuchicheaba la gente entre sí.
Cuando el oficio hubo terminado, la hermosa doncella subió a la carroza y volvió a casa, y al llegar a la galería, agitó la pluma por encima del hombro, y carroza, lacayos y atavíos desaparecieron. Al llegar sus hermanas la vieron sentada junto a la ventana como antes y le dijeron:
- ¡Oh, hermana! ¡No tienes idea de la hermosa dama que ha estado en misa esta mañana! Era algo tan maravilloso que en vano trataríamos de describírtelo.
Transcurrieron otras dos semanas y otros dos domingos causó la hermosa doncella la admiración de sus hermanas, de su padre, y de toda la gente del pueblo. Pero la última vez, al desprenderse ella de los atavíos se olvidó de quitarse la peineta de brillantes. Llegaron sus hermanas de la iglesia, y mientras le estaban hablando de la hermosa Zarevna acertaron a mirar su peinado y exclamaron a una voz:
- ¡Ah, hermanita! ¿Qué llevas ahí?
La hermanita lanzó también una exclamación y huyó a su aposento. Y desde entonces las hermanas empezaron a vigilarla, y escuchando de noche a la puerta de su aposento, descubrieron y vieron como al apuntar el alba, Fenist, el halcón radiante, salía de su ventana y desaparecía entre la espesura del bosque. Y las hermanas la envidiaron y para hacerle mal pusieron en la ventana vidrios rotos y cuchillos afilados, para que Fenist, el halcón radiante, al ir a posarse en el alféizar, se hiriera con los cuchillos. Y aquella noche, Fenist, el halcón radiante, descendió volando y batió en vano sus alas ante la ventana, sin lograr otra cosa que herirse con los cuchillos y cortarse las alas, por lo que tuvo que levantar el vuelo, no sin gritar antes a la hermosa doncella:
- ¡Adiós, hermosa doncella; adiós, amada mía! ¡Ya no me verás más en tu aposento! Búscame en la tierra de Tres Veces Nueve, en el imperio de Tres Veces Diez. ¡El camino es largo, gastarás zapatos de hierro, romperás a pedazos un cayado de acero, consumirás riñones de piedra, antes que llegues a encontrarme, buena doncella!
Y en aquella misma hora, un sueño profundo abatía a la doncella, que oía durmiendo estas palabras y no podía despertar. Se despertó por la mañana y ¡cuál no sería su sorpresa al ver la ventana erizada de vidrios y cuchillos y con manchas de sangre! Pálida y desconsolada se retorció las manos exclamando:
- ¡Oh, desgracia la mía! ¡Han querido matar a mi amado!.
Y sin perder tiempo, se arregló y partió en busca de su amado novio blanco, Fenist, el halcón radiante. La doncella anduvo sin parar, cruzando espesos bosques, espantosos páramos, áridos desiertos, hasta que por fin llegó a una choza desvencijada. Llamó a la ventana y dijo:
- ¡Quienquiera que aquí habite, ruégole que dé albergue por esta noche a una pobre doncella!
Una vieja apareció en la puerta:
- ¡Perdona, hermosa doncella! ¿Adónde vas, palomita?
- ¡Ay, abuela! Voy en busca de mi amado Fenist, el halcón radiante. ¿Puedes decirme dónde lo hallaré?
- No, no lo sé; pero puedes ir a ver a mi hermana mediana y ella te enseñará el camino. Y para que no te pierdas, toma esta pelotita; adonde ruede, síguela.
La hermosa doncella pasó la noche en compañía de la vieja, y ésta al despedirla al día siguiente, le hizo un regalo:
- Toma -le dijo,- aquí tienes una rueca de plata y un huso de oro. Hilaras copos de lino y sacarás hebras de oro. Tal vez llegue un día en que te sea útil.
La doncella tomó el regalo y siguió a la pelota. Si corrió mucho o poco tiempo no importa, el caso es que llegó ante otra choza. Llamó a la puerta y salió la segunda vieja, que después de hacerle unas preguntas y de oír las respuestas, le dijo:
- Tienes que andar mucho aún, doncella, y no es cosa fácil encontrar a tu amado; pero cuando encuentres a mi hermana mayor, ella podrá decírtelo mejor que yo. Toma esta salsera de plata y esta manzana de oro. Tal vez llegue un día en que te sea útil mi regalito.
La muchacha pasó la noche en la choza y al día siguiente reanudó la marcha siguiendo la pelota que rodaba ante ella. Iba cruzando bosques que cada vez eran más negros y espesos y las copas de los árboles tocaban el cielo. Por fin llegó a la última choza y la vieja abrió la puerta y le ofreció albergue por aquella noche. La doncella le contó de dónde venía, a dónde iba y qué buscaba.
- Es un mal negocio el tuyo, hija mía -le dijo la vieja.- Fenist, el halcón radiante, está prometido a la Zarevna del mar, y pronto se casarán. Cuando salgas del bosque y llegues a la playa, siéntate en una piedra y coge la rueca de plata y el huso de oro y ponte a hilar. La novia de Fenist, el halcón radiante se acercará a ti y querrá comprarte la rueca, pero tú no has de dársela por dinero sino por dejarte ver el plumaje florido de Fenist, el halcón radiante.
La joven prosiguió su marcha y el camino iba descendiendo poco a poco, hasta que, inesperadamente, apareció el mar a la vista de la caminante, y en lo remoto se distinguían las cúpulas de un suntuoso palacio de mármol.
- ¡Sin duda es el reino de mi amado, visto de muy lejos! -pensó la hermosa doncella. Y se sentó en una piedra, cogió la rueca de plata y el huso de oro y se puso a hilar cáñamo que se convertía en hebras de oro.
De pronto vio que se acercaba por la orilla del mar una Zarevna con muchedumbre de doncellas de compañía, guardias y servidores, y deteniéndose ante ella se quedó observando su trabajo y le entraron deseos de obtener la rueca de plata y el huso de oro.
- ¡Te lo por nada, Zarevna, si me dejas contemplar a Fenist, el halcón radiante!
La Zarevna no quería aceptar esta condición, pero al fin dijo:
- ¡Bueno, ven a contemplarlo mientras duerme después de comer y ahuyenta las moscas de su lado!
Tomó la rueca y el huso de manos de la doncella y se volvió a sus habitaciones. Después de comer embriagó a Fenist, el halcón radiante, arrojando en el vino un narcótico y cuando un sueño profundo lo abatió hizo pasar a la doncella. Esta se sentó junto a las almohadas, y llorando a mares, decía a su amado:
- ¡Despierta y levántate, Fenist, el halcón radiante! ¡Soy tu amada novia llegada de muy lejos. He gastado zapatos de hierro, he roto a pedazos un cayado de acero, he consumido riñones de piedra, y todo el tiempo he ido buscándote, amado mío!
Pero Fenist, el halcón radiante, dormía, sin saber que la hermosa doncella lloraba a su lado dirigiéndole palabras de ternura. Después entró la Zarevna y mandó salir a la hermosa doncella y despertó a Fenist, el halcón radiante.
- He dormido mucho -dijo él a su novia,- y, no obstante, me parece que alguien lloraba y se lamentaba a mi lado.
- Sin duda lo has soñado -contestó la Zarevna.- No me he movido un momento de tu lado para impedir que las moscas te molestasen.
Al día siguiente la doncella volvió a sentarse a la orilla del mar y se distraía haciendo rodar en la salsera de plata la manzana de oro. La Zarevna se acercó paseando por la playa, se detuvo a mirarla y le dijo:
- ¡Véndeme tu juguete!
- Mi juguete no es para vender. Es una herencia. Pero si me dejas contemplar otra vez a Fenist, el halcón radiante, te lo daré como regalo.
- Perfectamente. Ven esta tarde, y ahuyenta las moscas de mi prometido.
Y de nuevo hizo que Fenist, el halcón radiante, bebiese el narcótico y cuando estuvo dormido, admitió a la hermosa doncella a su lado. Y la hermosa doncella empezó a llorar sobre su amado, en cuya mejilla cayó por fin una de sus ardientes lágrimas. Entonces Fenist, el halcón radiante, despertó de su profundo sueño y exclamó:
- ¿Quién me ha quemado?
- ¡Oh, amado de mis anhelos! -dijo la hermosa doncella.- Soy yo, que he venido de muy lejos. He gastado zapatos de hierro, he roto cayados de acero, he consumidos riñones de piedra y te he buscado por todas partes, amado mío. ¡Este es el segundo día que lloro a tu lado y tú no despertabas ni contestabas mis palabras!
Sólo entonces reconoció Fenist, el halcón radiante, a su amada y experimentó una alegría inefable. La doncella le contó cuanto había sucedido, la envidia que le tenían sus hermanas, lo mucho que había andado y cómo su prometida lo había cambiado por regalos. Fenist se prendó de ella con más ardor que antes, la besó en los labios de miel y ordenó que echasen al vuelo las campanas y que se reuniesen los boyardos, los príncipes y la gente de todas las condiciones sociales en la plaza del mercado. Y él les preguntó:
- Decidme, buena gente, y contestadme conforme a vuestro buen sentido: ¿qué novia he de tomar por esposa para compartir con ella las penas de la vida, la que me vendió o la que volvió a buscarme?
Y el pueblo sentenció por unanimidad:
- ¡La que volvió a buscarte!
Y así lo hizo Fenist, el halcón radiante. Aquel mismo día se unió ante el altar en lazo matrimonial con la hermosa doncella. La boda fue magnífica y la fiesta transcurrió en continuo alborozo. Yo también me divertí, bebiendo vino y aguamiel, y las copas entrechocaban y todos se hartaron, y las barbas estaban húmedas cuando las bocas estaban secas.
Este humilde blog, esta dedicado a lo que más queremos en esta vida: nuestros niñ@s.
domingo, 31 de agosto de 2014
¿Quién es el más poderoso de todos?
Había una vez un mago que, mientras se estaba bañando en un lago, vio a una ratoncita a punto de ahogarse y la rescató. Al sacarla del agua, la transformó en una muchacha tan hermosa, que pensó en buscarle un marido que fuera el más poderoso de todos.
- Cásate con el Sol - le dijo a la muchacha.
- No, no me casaré con él - le respondió la joven. - El Sol no tiene piernas, sólo brazos de fuego. Además, ya tiene dos esposas: la luz y la sombra.
- ¡Pero si el Sol es el más poderoso de todos! - exclamó el mago.
- No, no lo soy - replicó el Sol. - ¡Las nubes, si quieren, pueden ocultarme!
- Cásate con una nube pues - repuso el mago, dirigiéndose a la muchacha.
- No, no me casaré con una nube. Es negra y está llena de agua. Si me casara con ella estaría todo el día empapada.
- ¡Pero si la nube es la más poderosa de todos! - volvió a exclamar el mago.
- No, no lo soy - repuso la nube. - El viento es más fuerte que yo, ya que puede hacer que me vaya si quiere.
- Entonces cásate con el viento - dijo el mago a la joven.
- No, no me casaré con el viento - replicó terca la joven. - El viento es frío y molesta siempre a las personas.
- ¡Pero si el viento es el más poderoso de todos! - gritó exasperado el mago.
- No, no lo soy - le respondió el viento. - No puedo hacer nada contra la montaña, ya que siempre que me lanzo contra ella, me rompo en pedazos.
- Cásate con la montaña entonces - sugirió el mago.
- No, no me casaré con la montaña - respondió la muchacha. - La montaña es dura y está llena de rocas y de matojos. ¿Qué haría yo con alguien así?
- ¡Pero si la montaña es la más poderosa de todos! - volvió a decir el mago.
- No, no lo soy - dijo la montaña. - Hay alguien que puede conmigo: el ratón. Si el ratón quiere, puede roerme y hacer que me desmorone.
- ¿Te casarás con el ratón, pues? - preguntó finalmente el mago.
- Sí - repuso la muchacha, y sonrió al ratoncito de dientes fuertes.
De esta manera, el mago volvió a transformar a la joven en ratoncita, que se fue corriendo por el campo con su amado ratón.
sábado, 30 de agosto de 2014
Morozko

tenía una hija propia. Todo lo que hacía su hija lo daba por bien hecho, y la llamaba "niña juiciosa"; pero su hijastra, por más que se esforzaba en complacerla, todo se lo hacía mal y del revés. Y no obstante, la hijastra era una verdadera alhaja y en buenos manos se hubiera amoldado como la cera; pero, con la madrastra, no hacía más que llorar. ¿Qué podía hacer la pobrecita? Las tempestades se calman, pero los escándalos de una vieja regañona no tienen fin. Encuentra para gritar los pretextos más desatinados y es capaz de empeñarse en que se peine uno los dientes. A la madrastra se le metió en la cabeza echar a la hijastra de casa.
- Llévatela -le decía al marido,- llévatela adonde quieras; pero que no la vean mis ojos, que mis oídos no la oigan. No quiero que esté un momento más en el tibio dormitorio de mi propia hija; abandónala en mitad del campo, entre la nieve.
El hombre se quejó llorando, pero obedeció y puso a su hija en el trineo sin atreverse siquiera a taparla con la manta del caballo. Se llevó a la desventurada a los desiertos campos, la dejó sobre un montón de nieve, y después de santiguarse, volvió corriendo a casa paro no presenciar la muerte de su hija.
La pobrecita se vio abandonada a la entrada del bosque, se sentó bajo un pino, estremecida de frío y empezó a rezar en voz baja sus oraciones. De pronto percibió un rumor extraño. Morozkodiminutivo cariñoso del ruso Moroz (helada) estaba crepitando en un árbol vecino y saltaba de rama en rama haciendo chasquear los dedos. Y he aquí que, de salto en salto, se acercó al pino a cuyo pie se sentaba la muchacha y dando chasquidos con sus dedos se puso a brincar contemplando a la hermosa niña.
- ¡Mocita, mocita, soy yo, Moroz Narizrubia!
- ¡Buenos días, Moroz! Dios te envía para consuelo de mi alma pecadora.
- ¿Estás caliente, mocita?
- ¡Caliente, caliente, padrecito Morozushko!. Moroz empezó a bajar crepitando con más ruido y chasqueando los dedos con más alegría. Y de nuevo habló a la muchacha:
- ¿Estás caliente, mocita? ¿Estás caliente, preciosa?
La niña apenas podía respirar, pero siguió diciendo:
- ¡Sí, caliente, Morozushko; caliente, padrecito!
Morozko crepitó con más ruido e hizo chasquear los dedos con más entusiasmo, y por última vez preguntó:
- ¿Estás caliente, mocita? ¿Estás caliente, preciosa?
La niña estaba aterida y sólo pudo contestar con un hilo de voz:
- ¡Oh, sí, caliente, querido pichoncito mío, Morozushko!
Morozko la amó por tan tiernos palabras, y movido a compasión, la envolvió en pieles para hacerla entrar en calor y la obsequió con un cofre grande, lleno de atavíos de novia, de donde sacó un vestido todo aderezado de oro y plata. La muchacha se lo puso, y ¡oh, qué bella y apuesta estaba! Sentóse bajo el árbol y empezó a cantar canciones. Y entretanto, su madrastra que ya estaba preparando el banquete fúnebre le decía al marido:
- ¡Anda y entierra a tu hija!
El hombre salió de casa obedeciendo a su mujer. Pero el perrito que estaba bajo la mesa gritó:
- ¡Guau, guau! La hija del dueño va vestida de plata y oro, mas la hija de la dueña no tendrá galanes que la miren.
- ¡Cállate, necio! Aquí tienes un pastel para ti, pero has de decir: "Los galanes vendrán por la hija de la dueña, pero a la hija del dueño sólo le quedarán los huesos".
El perrito se comió el pastel, pero volvió a gritar:
- ¡Guau, guau! La hija del dueño viste de plata y oro, mas la hija de la dueña no tendrá galanes que la miren.
La vieja pegó al perro y le dio pasteles, pero el perrito siguió gritando:
- La hija del dueño viste de plata y oro, mas la hija de la dueña no tendrá galanes que la miren.
Crujió el suelo, las puertas se abrieron de par en por y entraron la gran arca y detrás de ella la hijastra vestida de plata y oro y resplandeciente como el sol. Al verla la madrastra, levantó los brazos y exclamó:
- ¡Marido mío! ¡Marido mío! Saca un par de caballos y llévate a mi hija inmediatamente. Déjala en el mismo campo y en el mismo sitio.
El marido llevó a la hija al mismo sitio. Y Moroz Narizrubia se acercó y viendo a la muchacha empezó a preguntarle:
- ¿Estás caliente, mocita?
- ¡Vete al cuerno! -replicó la hija de la vieja. ¿No estás viendo que tengo brazos y piernas entumecidos de frío?
Morozko comprendió que por más saltos y cabriolas que ejecutase no obtendría una respuesta amable, y acabó por disgustarse con la hijastra y helarla, hasta que murió de frío.
- ¡Marido mío, marido mío! Ve a buscar a mi hija. Llévate los caballos más veloces y procura que no vuelque el trineo y se estropee el arca.
- ¡Guau, guau! Los pretendientes se casarán con la hija del dueño, pero de la hija de la vieja no traerán más que un saco de huesos.
- ¡No mientas! Toma un pastel, cómetelo y di: ¡Traerán a la hija de la dueña vestida de plata y oro!
Y las puertas se abrieron de par en par, la vieja salió al encuentro de su hija y en vez de ella abrazó un cadáver helado. Y se puso a gritar llorando desesperadamente, sabiendo que su maldad y su envidia eran la causa de la muerte de su hija.
El monje y el pupilo
En una pequeña escuela de un pequeño pueblo chino perdido en las montañas más altas, había un profesor que a la vez era monje. Al monje, lo que más le gustaba era tomar aperitivos y dormir siestas. Todos los días, después de las clases, él comía y comía hasta que no podía prácticamente ni moverse. Poco después del comienzo de las clases él siempre se tomaba una siesta y se dormía hasta que la campana del final de la clase sonaba.
Una mañana, el pequeño Lee, el hijo de un pobre aldeano que estudia en la clase del monje, le preguntó:
- Profesor, ¿puedo preguntarle por qué se duerme siempre en las clases?
- Querido pupilo – respondió el monje sin ningún tipo de vergüenza- Esto no es exactamente así. Verás, durante los minutos que duermo, estoy en contacto con Buda y de este modo puedo escuchar las sabias palabras que me transmite. Por esa razón intento dormir todo lo que puedo.
Aquella noche Lee tuvo que cuidar a su padre que estaba enfermo, y por eso a la mañana siguiente se quedó dormido en clase. Se había quedado tan profundamente dormido que no había escuchado la campana de la escuela que ponía fin a la lección. Sin embargo, el monje sí que se despertó, y vio al muchacho durmiendo. Se enfadó muchísimo, fue hacia él y lo agarró de la oreja gritando:
- ¡Eh, tú, pequeño granuja! ¿Cómo has podido quedarte dormido en mi clase?
- Verá profesor – dijo nuestro pequeño amigo mientras se desperezaba – En realidad no es exactamente así. Estaba conectado con Buda, escuchando las sabias palabras que me transmitía.
- Ah, ya veo... ¿y se puede saber qué es lo que nuestro todo poderoso Buda te estaba diciendo?
- Pues mire, lo que nuestro todo poderoso Buda me ha dicho es: “Nunca, ni en toda mi larga y experimentada vida, he visto a tu profesor”.
La escuela del hambre
Un campesino que no tenía con qué alimentar a su familia se acordó un día de desesperación de la costumbre que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de espadas.
Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafío al maestro más famoso de la región. El día fijado, delante de un publico numeroso, los dos hombres se enfrentaron.
El campesino, sin mostrarse nada impresionado por la reputación de su adversario, lo espera a pie firme, mientras que el maestro de espadas estaba un poco turbado por tal determinación.
¿Quién será este hombre?, pensaba. Jamás ningún villano hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos?
El campesino, acuciado por el hambre, se adelanto resueltamente hacia su rival. El Maestro dudaba, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario. Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el maestro siente que será vencido. Bajo su espada y dijo:
-Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de espadas, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de “La que en un solo gesto lleva diez mil golpes”. ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?
-La escuela del hambre -respondió el campesino.
viernes, 29 de agosto de 2014
La montaña de oro
Hace tiempo vivía un hijo de
comerciante qué disipó toda su fortuna, llegando al extremo de no
poder comer. No tuvo otro recurso que coger una azada e ir al mercado
a esperar que alguien lo ajustase como jornalero. Y he aquí que un
comerciante que era único entre setecientos, por ser setecientas
veces más rico que ningún otro, acertó a pasar por allí en su
coche dorado, y apenas lo vieron los jornaleros que en el mercado
estaban, corrieron en todas direcciones a esconderse en los portales
y en las esquinas. Sólo quedó en la plaza el hijo del comerciante.
- ¿Quieres trabajar, mozo?
-preguntó el comerciante que era único entre setecientos. - Yo te
daré trabajo.
- Con mucho gusto, para eso he
venido al mercado.
- ¿Qué sueldo quieres ganar?
- Si me das cien rubios diarios,
trato hecho.
- ¡Es una suma excesiva!
- Si te parece mucho, búscate un
género más barato. La plaza estaba llena de gente y en cuanto has
llegado, todos han desaparecido.
- Bueno, convenido; mañana te
espero en el puerto.
Al día siguiente, a primera
hora, el hijo del comerciante se presentó en el puerto, donde ya lo
esperaba el comerciante único entre setecientos. Subieron a bordo de
una embarcación y pronto se hicieron a la mar. Navega que navegarás,
llegaron a la vista de una isla que se levantaba en medio del Océano.
Era una isla de altísimas montañas, en cuya costa algo resplandecía
como el fuego.
- ¿Es fuego eso que veo?
-preguntó el hijo del comerciante.
- No; es mi castillo de oro.
Se acercaron a la isla, se
acercaron a la costa. La mujer y la hija del comerciante único entre
setecientos salieron a recibirlos, y la hija era de una belleza que
ni la mente humana puede imaginar, ni en cuento alguno puede
describirse. Cuando se hubieron saludado, entraron al castillo con el
nuevo jornalero, se sentaron a la mesa y empezaron a comer, a beber y
a divertirse.
- Regocijémonos hoy -dijo el
huésped,- mañana trabajaremos
El hijo del comerciante era un
joven rubio, fuerte y majestuoso, de complexión colorada y agradable
aspecto, y se prendó de la hermosa doncella. Ésta se retiró a la
habitación contigua, llamó al joven en secreto y le entregó un
pedernal y un eslabón, diciendo:
- Toma, utiliza esto cuando te
hago falta.
Al día siguiente, el comerciante
que era único entre setecientos salió con su criado en dirección a
la montaña de oro. Sube que subirás, trepa que treparás, no
llegaban nunca a la cumbre.
- Bueno -dijo el comerciante,- ya
es hora de que echemos un trago.
Y el comerciante le ofreció un
narcótico. El jornalero bebió y se quedó dormido. El comerciante
sacó su cuchillo, mató el jamelgo que traía consigo, le arrancó
las entrañas, puso en el vientre al joven con su azadón, y después
de coser la herida, fue a esconderse entre las malezas.
Inmediatamente bajó volando una bandada de cuervos de acerados
picos, que cogieron al cadáver del animal y se lo llevaron a la
cumbre para cebarse en él a su gusto. Empezaron a mondarlo
hartándose de carne, hasta que hundieron los picos en el hijo del
comerciante. Éste se despertó, ahuyentó a los negros cuervos, miró
a todas partes y se preguntó:
- ¿Dónde estoy?
- En la montaña de oro -le
contestó el amo gritando desde abajo.- ¡Ea! ¡Coge tu azada y cava
oro!
El hijo del comerciante se puso a
cavar y a tirar oro montaña abajo. El comerciante lo cogía y lo
cargaba en los carros. Por la tarde había llenado nueve carros.
- Ya me bastará -gritó el
comerciante único entre setecientos.- Gracias por tu trabajo.
¡Adiós!
- ¿Y yo qué hago?
- Arréglate como puedas. Noventa
y nueve como tú han perecido en esta montaña. ¡Contigo serán
cien! -y esto diciendo, se alejó.
- No sé qué hacer -pensó el
hijo del comerciante.- Bajar de esta montaña es imposible.
Seguramente moriré de hambre.
No podía bajar de la montaña y
sobre su cabeza se cernía la bandada de cuervos de acerados picos,
oliendo su presa. Reflexionando estaba en su desventura, cuando
recordó que la hermosa doncella le había dado en secreto un eslabón
y un pedernal, aconsejándole que los utilizase cuando se viese en un
apuro. "Tal vez no me lo dijo en vano pensó. - Voy a probar".
Sacó el eslabón y el pedernal y al primer golpe que dio se le
aparecieron dos mancebos, hermosos como héroes.
- ¿Qué deseas? ¿Qué deseas?
-le preguntaron.
- Que me saquéis de la montaña
y me llevéis a la orilla del mar.
Apenas había hablado, lo
cogieron uno por cada brazo y lo bajaron suavemente de la montaña.
El hijo del comerciante caminaba por la orilla, cuando he aquí que
una embarcación pasó cerca de la isla.
- ¡Eh, buenos marineros,
llevadme con vosotros!
- No, hermano; no podernos
recogerte. Eso nos haría perder cien nudos.
Los marineros siguieron su ruta,
empezaron a soplar vientos contrarios y se desencadenó una espantosa
tempestad.
- ¡Ah! Bien se ve que no es un
hombre como nosotros. Sería mejor que volviésemos a recogerlo a
bordo.
Se acercaron a la costa, hicieron
subir al hijo del comerciante y lo llevaron a su ciudad natal. Algún
tiempo después, que no fue mucho ni poco, el hijo del comerciante
cogió el azadón y se fue a la plaza del mercado a ver si alguien lo
contrataba. De nuevo volvió a pasar el comerciante único entre
setecientos, en su coche de oro, y apenas lo vieron los jornaleros,
corrieron en todas direcciones a esconderse en los portales y en las
esquinas. Sólo quedó en la plaza el hijo del comerciante.
- ¿Quieres trabajar para mí?
-le preguntó el rico comerciante.
- Con mucho gusto. Dame
doscientos rublos diarios y trato hecho.
- ¿No es demasiado?
- Si lo encuentras caro busca un
jornalero más barato. Ya has visto cómo han echado a correr, al
verte, todos los que aquí estaban.
- Bueno, no se hable más; ven
mañana al puerto.
Al día siguiente se encontraron
en el puerto, subieron a la embarcación y se hicieron a la mar.
Pasaron aquel día comiendo y bebiendo y al día siguiente se
dirigieron a la montaña de oro. Al llegar allí, el rico comerciante
sacó una botella y dijo.
- Ya es hora de que bebamos.
- Espera -advirtió el criado.-
Tú, que eres el amo, debes beber el primero; deja que te obsequie
con mi vino.
Y el hijo del comerciante, que
había tenido la precaución de procurarse un narcótico, llenó un
vaso y se lo ofreció al comerciante, único entre setecientos. Éste
se lo bebió y se quedó dormido. El hijo del comerciante mató el
más viejo de los caballos, lo destripó, metió a su amo dentro con
la azada, cosió la herida y se ocultó entre la maleza.
Inmediatamente bajaron los cuervos de acerado pico, cogieron el
cadáver de la bestia, se lo llevaron a lo alto de la montaña y
empezaron a comer. El comerciante que era único entre setecientos,
despertó y miró a todos partes.
- ¿Dónde estoy? -preguntó.
- En la montaña de oro - gritó
el hijo del comerciante.- Coge la azada y cava oro; si arrancas
mucho, te enseñaré la manera de bajar.
El comerciante único entre
setecientos, cogió la azada y se puso a cavar y a cavar hasta que se
llenaron de oro veinte carros.
- Descansa, ya tengo bastante
-gritó el hijo del comerciante.- ¡Gracias por tu trabajo, y adiós!
- ¿Y yo qué hago?
- ¿Tú? Ya te arreglarás como
puedas. Noventa y nueve como tú han perecido en esta montaña.
Contigo serán cien.
Y esto dicho, el hijo del
comerciante se dirigió al castillo con los veinte carros, se casó
con la hermosa doncella, la hija del comerciante único entre
setecientos, y dueño de todas las riquezas que éste había
amontonado, fue a vivir a la ciudad con su familia. Pero el
comerciante único entre setecientos, se quedó en la montaña, donde
los cuervos de acerado pico mondaron sus huesos.
miércoles, 27 de agosto de 2014
La doncella sabia
Érase
un pobre huérfano que se quedó sin padres a los pocos años,
carecía de bienes de fortuna y de talento. Su tío se lo llevó a
casa, lo sostuvo y cuando lo vio un poco crecido lo puso a guardar un
rebaño de ovejas. Y un día, queriendo probar su talento, le dijo:
- Lleva el rebaño a la feria y mira de sacar todo el provecho posible, de modo que con las ganancias tú y el rebaño podáis vivir; pero has de volver a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja.
- ¿Cómo me las arreglaré para eso? -pensaba el huérfano, sentado al lado del camino mientras el rebaño pacía por el campo.
Una hermosa doncella acertó a pasar por allí y viendo al muchacho tan pensativo, le preguntó:
- ¿En qué piensas, buen mozo?
- ¿No he de pensar? Mi tío me ha armado un lazo para perderme. Me ha encargado una cosa que, por más que me devano los sesos, no sé cómo voy a cumplirla.
- ¿Qué te ha encargado?
- Verás. Me ha dicho: "Lleva el rebaño a la feria y saca de él todo el provecho posible, de modo que tú y el rebaño podáis vivir; pero vuelve a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja".
- Eso no es muy difícil -dijo la doncella.- Esquila las ovejas y vende la lana y sacarás provecho de cada una; el rebaño quedará completo y tú podrás vivir con el dinero.
El zagal dio las gracias a la doncella y siguió su consejo. Esquiló las ovejas, vendió la lana en el mercado, volvió con el rebaño a casa y entregó el dinero a su tío.
- Perfectamente - dijo su tío,- pero juraría que no ha salido eso de tu mollera. ¿Quién te lo ha enseñado?
- Es verdad -confesó el joven,- no ha salido de mi mollera; pero me encontré a una hermosa doncella que me lo enseñó.
- Pues harías bien en casarte con esa inteligente doncella. Sería una fortuna para ti, que no tienes dónde caerte muerto ni que esperar mucho de tu talento.
- No me disgustaría casarme con ella -contestó el sobrino.
- Yo lo arreglaré todo, pero antes habrías de hacerme un favor. Coge el trigo y llévalo a vender al mercado. Cuando regreses, si lo has vendido bien te casaré con esa doncella.
El huérfano fue al mercado a vender el trigo de su tío. Por el camino encontró a un rico molinero.
- ¿A qué vas a ir ciudad? -le preguntó el molinero.
- Voy al mercado a vender el trigo de mi tío.
- Entonces iremos juntos.
Y siguieron juntos, el molinero en su birlocha tirado por un caballo castaño y gordo, el huérfano en su carrito tirado por una yegua torda y trasijada. Se detuvieron en campo raso para pasar allí la noche, desengancharon las bestias y los hombres se echaron a dormir. Y sucedió que aquella misma noche, a la yegua le nació un potrillo. El rico molinero se despertó antes que el huérfano, vio el potrillo y lo puso al lado de su yegua castaña. Cuando despertó el huérfano, empezaron a discutir.
- No es tuyo, sino mío -decía el codicioso molinero,- porque tu yegua lo ha dejado debajo de mi castaño.
Siguieron discutiendo hasta que resolvieron llevar el asunto a los tribunales y al llegar a la ciudad se dirigieron al palacio de justicia. Pero el juez les dijo:
- Es costumbre en esta ciudad que cuando alguien quiere resolver un asunto ante los tribunales de justicia, ha de adivinar primero cuatro acertijos. A ver decidme: ¿cuál es la cosa más fuerte y más ligera del mundo; cuál es la cosa más pingüe de este mundo; y cuál es la cosa más blanda y la cosa más dulce de este mundo?
El juez les dio tres días para pensar y dijo:
- Si adivináis mis acertijos seré juez entre vosotros según la ley: de lo contrario no os ofendáis si os mando a freír espárragos.
El molinero fue a ver a su mujer y le contó lo sucedido, repitiéndole los acertijos que se trataba de adivinar.
- Esos acertijos no son un enigma -contestó la mujer.- Si te preguntan qué es lo más fuerte y ligero del mundo, di que mi padre tiene un caballo negro tan fuerte y tan ligero de piernas que corre más que una liebre. Si te preguntan qué es lo más pingüe del mundo, acuérdate del verraco que estamos cebando y que no puede tenerse en pie de tan gordo. Y en cuanto al tercer acertijo, claro está que nada hay tan blando como la almohada. Y si te preguntan por lo más dulce del mundo, contesta: "¿Puede haber para un hombre algo más dulce que la mujer de su corazón?"
Pero el huérfano se alejó de la ciudad y se sentó junto a un camino a reflexionar sobre su desgracia, pues en vano se calentaba los cascos buscando descifrar lo que para él eran verdaderos enigmas. Y he aquí que acertó a pasar por el camino la misma doncella.
- ¿Por qué vuelves a estrujarte los sesos, buen mozo?
- Porque el juez me ha propuesto cuatro acertijos que no lograré descifrar aunque viva mil años.
La doncella se rió y le dijo:
- Preséntate al juez y dile que lo más fuerte y ligero del mundo es el viento, que lo más pingüe es la tierra porque alimenta todo lo que vive y crece sobre ella; que lo más blando es la palma de la mano, pues por blando que duerma el hombre siempre pone la mano bajo la cabeza, y que no hay nada ten dulce en el mundo como un dulce sueño.
El pobre huérfano se inclinó ante la doncella hasta la cintura y le dijo:
- ¡Gracias, oh, la más inteligente de las doncellas, por haberme salvado de una verdadera ruina!
Al tercer día, el molinero y el huérfano se presentaron ante el tribunal a contestar los acertijos. Y dio la casualidad de que el Zar en persona ocupaba la presidencia del estrado y quedó tan admirado de las contestaciones del huérfano, que ordenó que la causa se fallara a su favor y que se expulsara al molinero con vilipendio. Luego el Zar preguntó al huérfano:
- ¿Son hijas de tu ingenio esas contestaciones o te las ha dictado alguien?
- En honor a la verdad he de decir que no son mías; una hermosa doncella me las ha dictado.
- Pues te ha instruido bien; muy sabia debe de ser. Anda y dile de mi parte que si es tan inteligente y sensata, comparezca ante mí mañana: ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida y con un presente en sus manos que no sea un regalo. Si cumple mi deseo, el galardón que obtendrá será digno de un Zar y la elevaré sobre lo más alto.
El huérfano volvió a salir de la ciudad tan apurado como antes, porque se decía: "¡Pero si no tengo la menor idea del lugar donde puedo encontrar a la hermosa doncella! ¡Y vaya un encarguito que tengo para ella!" Apenas acababa de pensar esto, cuando pasó por allí la inteligente y hermosa doncella. El huérfano le contó cómo sus adivinanzas habían complacido al Zar y cómo éste deseaba verle y tener una prueba de su inteligencia, y cómo había prometido galardonarla. La doncella pensó un poco, y luego dijo al huérfano:
- Búscame un chivo de larga barba y una red grande y cógeme un par de gorriones. Mañana nos encontraremos aquí mismo, y si el Zar me da un premio nos lo partiremos.
El huérfano cumplió las órdenes de la doncella y la esperó al día siguiente junto al camino. La doncella se presentó, se quitó la túnica y se envolvió en la red de cabeza a pies; luego se sentó sobre el chivo, cogió un gorrión en cada mano, y ordenó al huérfano que guiase en dirección a la ciudad. El joven la llevó ante el tribunal donde esperaba el Zar, y ella inclinándose ante éste, le dijo:
- Ante ti me presento, soberano Zar, ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida, y te traigo un presente en mis manos que no es un regalo.
- ¿Dónde está? -preguntó el Zar.
- ¡Mira! -dijo ella presentando al Zar los dos gorriones; pero cuando el Zar alargó la mano para tomarlos de manos de la doncella, los gorriones abrieron las alas y escaparon volando.
- Bien dijo el Zar,- veo que puedes competir conmigo en talento. Quédate en la corte y cuida de mis hijos y te daré una buena recompensa.
- No, mi soberano señor y Zar, no puedo aceptar tu gracioso favor, porque he prometido a este joven que nos partiríamos el premio por sus servicios.
- Vamos a ver: eres muy inteligente e ingeniosa, pero en esta ocasión te falla la cabeza y no juzgas conforme a la razón. Te ofrezco un cargo honroso y elevado con una gran recompensa. ¿Por qué no puedes compartir el galardón con ese joven?
- ¿Pero cómo podría compartirlo?
- ¿Cómo, inteligente doncella? Pues, si ese buen mozo no te es indiferente, casándote con él, ya que el honor, la suerte, las penas y las alegrías se comparten entre marido y mujer por igual.
- Veo que eres un sabio, soberano Zar, y no quiero hacerte hablar más -dijo la hermosa doncella.
Se casó, pues, con el huérfano, y aunque éste no tenía mucha cabeza tenía en cambio mucho corazón y vivió con su sabia mujer en continua felicidad y armonía.
- Lleva el rebaño a la feria y mira de sacar todo el provecho posible, de modo que con las ganancias tú y el rebaño podáis vivir; pero has de volver a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja.
- ¿Cómo me las arreglaré para eso? -pensaba el huérfano, sentado al lado del camino mientras el rebaño pacía por el campo.
Una hermosa doncella acertó a pasar por allí y viendo al muchacho tan pensativo, le preguntó:
- ¿En qué piensas, buen mozo?
- ¿No he de pensar? Mi tío me ha armado un lazo para perderme. Me ha encargado una cosa que, por más que me devano los sesos, no sé cómo voy a cumplirla.
- ¿Qué te ha encargado?
- Verás. Me ha dicho: "Lleva el rebaño a la feria y saca de él todo el provecho posible, de modo que tú y el rebaño podáis vivir; pero vuelve a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja".
- Eso no es muy difícil -dijo la doncella.- Esquila las ovejas y vende la lana y sacarás provecho de cada una; el rebaño quedará completo y tú podrás vivir con el dinero.
El zagal dio las gracias a la doncella y siguió su consejo. Esquiló las ovejas, vendió la lana en el mercado, volvió con el rebaño a casa y entregó el dinero a su tío.
- Perfectamente - dijo su tío,- pero juraría que no ha salido eso de tu mollera. ¿Quién te lo ha enseñado?
- Es verdad -confesó el joven,- no ha salido de mi mollera; pero me encontré a una hermosa doncella que me lo enseñó.
- Pues harías bien en casarte con esa inteligente doncella. Sería una fortuna para ti, que no tienes dónde caerte muerto ni que esperar mucho de tu talento.
- No me disgustaría casarme con ella -contestó el sobrino.
- Yo lo arreglaré todo, pero antes habrías de hacerme un favor. Coge el trigo y llévalo a vender al mercado. Cuando regreses, si lo has vendido bien te casaré con esa doncella.
El huérfano fue al mercado a vender el trigo de su tío. Por el camino encontró a un rico molinero.
- ¿A qué vas a ir ciudad? -le preguntó el molinero.
- Voy al mercado a vender el trigo de mi tío.
- Entonces iremos juntos.
Y siguieron juntos, el molinero en su birlocha tirado por un caballo castaño y gordo, el huérfano en su carrito tirado por una yegua torda y trasijada. Se detuvieron en campo raso para pasar allí la noche, desengancharon las bestias y los hombres se echaron a dormir. Y sucedió que aquella misma noche, a la yegua le nació un potrillo. El rico molinero se despertó antes que el huérfano, vio el potrillo y lo puso al lado de su yegua castaña. Cuando despertó el huérfano, empezaron a discutir.
- No es tuyo, sino mío -decía el codicioso molinero,- porque tu yegua lo ha dejado debajo de mi castaño.
Siguieron discutiendo hasta que resolvieron llevar el asunto a los tribunales y al llegar a la ciudad se dirigieron al palacio de justicia. Pero el juez les dijo:
- Es costumbre en esta ciudad que cuando alguien quiere resolver un asunto ante los tribunales de justicia, ha de adivinar primero cuatro acertijos. A ver decidme: ¿cuál es la cosa más fuerte y más ligera del mundo; cuál es la cosa más pingüe de este mundo; y cuál es la cosa más blanda y la cosa más dulce de este mundo?
El juez les dio tres días para pensar y dijo:
- Si adivináis mis acertijos seré juez entre vosotros según la ley: de lo contrario no os ofendáis si os mando a freír espárragos.
El molinero fue a ver a su mujer y le contó lo sucedido, repitiéndole los acertijos que se trataba de adivinar.
- Esos acertijos no son un enigma -contestó la mujer.- Si te preguntan qué es lo más fuerte y ligero del mundo, di que mi padre tiene un caballo negro tan fuerte y tan ligero de piernas que corre más que una liebre. Si te preguntan qué es lo más pingüe del mundo, acuérdate del verraco que estamos cebando y que no puede tenerse en pie de tan gordo. Y en cuanto al tercer acertijo, claro está que nada hay tan blando como la almohada. Y si te preguntan por lo más dulce del mundo, contesta: "¿Puede haber para un hombre algo más dulce que la mujer de su corazón?"
Pero el huérfano se alejó de la ciudad y se sentó junto a un camino a reflexionar sobre su desgracia, pues en vano se calentaba los cascos buscando descifrar lo que para él eran verdaderos enigmas. Y he aquí que acertó a pasar por el camino la misma doncella.
- ¿Por qué vuelves a estrujarte los sesos, buen mozo?
- Porque el juez me ha propuesto cuatro acertijos que no lograré descifrar aunque viva mil años.
La doncella se rió y le dijo:
- Preséntate al juez y dile que lo más fuerte y ligero del mundo es el viento, que lo más pingüe es la tierra porque alimenta todo lo que vive y crece sobre ella; que lo más blando es la palma de la mano, pues por blando que duerma el hombre siempre pone la mano bajo la cabeza, y que no hay nada ten dulce en el mundo como un dulce sueño.
El pobre huérfano se inclinó ante la doncella hasta la cintura y le dijo:
- ¡Gracias, oh, la más inteligente de las doncellas, por haberme salvado de una verdadera ruina!
Al tercer día, el molinero y el huérfano se presentaron ante el tribunal a contestar los acertijos. Y dio la casualidad de que el Zar en persona ocupaba la presidencia del estrado y quedó tan admirado de las contestaciones del huérfano, que ordenó que la causa se fallara a su favor y que se expulsara al molinero con vilipendio. Luego el Zar preguntó al huérfano:
- ¿Son hijas de tu ingenio esas contestaciones o te las ha dictado alguien?
- En honor a la verdad he de decir que no son mías; una hermosa doncella me las ha dictado.
- Pues te ha instruido bien; muy sabia debe de ser. Anda y dile de mi parte que si es tan inteligente y sensata, comparezca ante mí mañana: ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida y con un presente en sus manos que no sea un regalo. Si cumple mi deseo, el galardón que obtendrá será digno de un Zar y la elevaré sobre lo más alto.
El huérfano volvió a salir de la ciudad tan apurado como antes, porque se decía: "¡Pero si no tengo la menor idea del lugar donde puedo encontrar a la hermosa doncella! ¡Y vaya un encarguito que tengo para ella!" Apenas acababa de pensar esto, cuando pasó por allí la inteligente y hermosa doncella. El huérfano le contó cómo sus adivinanzas habían complacido al Zar y cómo éste deseaba verle y tener una prueba de su inteligencia, y cómo había prometido galardonarla. La doncella pensó un poco, y luego dijo al huérfano:
- Búscame un chivo de larga barba y una red grande y cógeme un par de gorriones. Mañana nos encontraremos aquí mismo, y si el Zar me da un premio nos lo partiremos.
El huérfano cumplió las órdenes de la doncella y la esperó al día siguiente junto al camino. La doncella se presentó, se quitó la túnica y se envolvió en la red de cabeza a pies; luego se sentó sobre el chivo, cogió un gorrión en cada mano, y ordenó al huérfano que guiase en dirección a la ciudad. El joven la llevó ante el tribunal donde esperaba el Zar, y ella inclinándose ante éste, le dijo:
- Ante ti me presento, soberano Zar, ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida, y te traigo un presente en mis manos que no es un regalo.
- ¿Dónde está? -preguntó el Zar.
- ¡Mira! -dijo ella presentando al Zar los dos gorriones; pero cuando el Zar alargó la mano para tomarlos de manos de la doncella, los gorriones abrieron las alas y escaparon volando.
- Bien dijo el Zar,- veo que puedes competir conmigo en talento. Quédate en la corte y cuida de mis hijos y te daré una buena recompensa.
- No, mi soberano señor y Zar, no puedo aceptar tu gracioso favor, porque he prometido a este joven que nos partiríamos el premio por sus servicios.
- Vamos a ver: eres muy inteligente e ingeniosa, pero en esta ocasión te falla la cabeza y no juzgas conforme a la razón. Te ofrezco un cargo honroso y elevado con una gran recompensa. ¿Por qué no puedes compartir el galardón con ese joven?
- ¿Pero cómo podría compartirlo?
- ¿Cómo, inteligente doncella? Pues, si ese buen mozo no te es indiferente, casándote con él, ya que el honor, la suerte, las penas y las alegrías se comparten entre marido y mujer por igual.
- Veo que eres un sabio, soberano Zar, y no quiero hacerte hablar más -dijo la hermosa doncella.
Se casó, pues, con el huérfano, y aunque éste no tenía mucha cabeza tenía en cambio mucho corazón y vivió con su sabia mujer en continua felicidad y armonía.
Los dos enemigos
Dos
hombres que se odiaban entre sí navegaban en la misma nave, uno
sentado en la proa y otro en la popa. Surgió una tempestad, y
hallándose el barco a punto de hundirse, el hombre que estaba en la
popa preguntó al piloto que cuál era la parte de la nave que se
hundiría primero.
-La proa -
dijo el piloto.-Entonces repuso este hombre - no espero la muerte con tristeza, porque veré a mi enemigo morir antes que yo.
Moraleja: Muy cruel es la actitud de preferir ver sufrir a los enemigos antes de inquietarse por el daño que se está a punto de recibir.
UNA BROMA DEL MAESTRO
Había en un pueblo de la India un hombre de gran santidad. A los
aldeanos les parecía una persona notable a la vez que extravagante.
La verdad es que ese hombre les llamaba la atención al mismo tiempo
que los confundía. El caso es que le pidieron que les predicase. El
hombre, que siempre estaba en disponibilidad para los demás, no dudó
en aceptar. El día señalado para la prédica, no obstante, tuvo la
intuición de que la actitud de los asistentes no era sincera y de
que debían recibir una lección. Llegó el momento de la charla y
todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al hombre santo
confiados en pasar un buen rato a su costa. El maestro se presentó
ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó:
--Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
--No -contestaron.
--En ese caso -dijo-, no voy a decirles nada. Son tan ignorantes que de nada podría hablarles que mereciera la pena. En tanto no sepan de qué voy a hablarles, no les dirigiré la palabra.
Los asistentes, desorientados, se fueron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron reclamar nuevamente las palabras del santo.
El hombre no dudó en acudir hasta ellos y les preguntó:
--¿Sabéis de qué voy a hablaros?
--Sí, lo sabemos -repusieron los aldeanos.
--Siendo así -dijo el santo-, no tengo nada que deciros, porque ya lo sabéis. Que paséis una buena noche, amigos.
Los aldeanos se sintieron burlados y experimentaron mucha indignación.
No se dieron por vencidos, desde luego, y convocaron de nuevo al hombre santo. El santo miró a los asistentes en silencio y calma. Después, preguntó:
--¿Sabéis, amigos, de qué voy a hablaros?
No queriendo dejarse atrapar de nuevo, los aldeanos ya habían convenido la respuesta:
--Algunos lo sabemos y otros no.
Y el hombre santo dijo:
--En tal caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó de nuevo al bosque.
*El Maestro dice: Sin acritud, pero con firmeza, el ser humano debe velar por sí mismo.
--Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
--No -contestaron.
--En ese caso -dijo-, no voy a decirles nada. Son tan ignorantes que de nada podría hablarles que mereciera la pena. En tanto no sepan de qué voy a hablarles, no les dirigiré la palabra.
Los asistentes, desorientados, se fueron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron reclamar nuevamente las palabras del santo.
El hombre no dudó en acudir hasta ellos y les preguntó:
--¿Sabéis de qué voy a hablaros?
--Sí, lo sabemos -repusieron los aldeanos.
--Siendo así -dijo el santo-, no tengo nada que deciros, porque ya lo sabéis. Que paséis una buena noche, amigos.
Los aldeanos se sintieron burlados y experimentaron mucha indignación.
No se dieron por vencidos, desde luego, y convocaron de nuevo al hombre santo. El santo miró a los asistentes en silencio y calma. Después, preguntó:
--¿Sabéis, amigos, de qué voy a hablaros?
No queriendo dejarse atrapar de nuevo, los aldeanos ya habían convenido la respuesta:
--Algunos lo sabemos y otros no.
Y el hombre santo dijo:
--En tal caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó de nuevo al bosque.
*El Maestro dice: Sin acritud, pero con firmeza, el ser humano debe velar por sí mismo.
martes, 26 de agosto de 2014
Yuki-onna (La mujer de Nieve)
Hace mucho tiempo, vivían
solos en una lejana montaña el cazador Mosaku y su hijo Minokichi.
Mosaku era viudo, su esposa había fallecido años atrás, cuando
Minokichi era aún un niño. En invierno, padre e hijo salían
diariamente a cazar zorros, ciervos y osos, para vender sus pieles en
la ciudad.
Cierta mañana, muy de madrugada, Mosaku y Minokichi salieron al monte, pero no lograron cazar ninguna pieza. No perdieron la esperanza y siguieron recorriendo el monte hasta que se hizo de noche, en ese momento empezó a nevar intensamente, con un viento tan frío e intenso que les impedía tenerse en pie. A duras penas lograron guarecerse en un pequeño refugio cercano. En la modesta cabaña pudieron encender fuego, calentarse y reponer fuerzas. Mientras comían, hablaron de diversos temas, hasta que en cierto momento el padre dijo:
- Minokichi, hijo mío, yo soy viejo y tú tienes ya 20 años, y desde que murió tu madre estamos muy solos y necesitamos una mujer en casa. Deberías empezar a pensar en casarte.
Pero su hijo no le escuchaba, porque se había recostado junto al fuego y ya dormía profundamente. En vista de aquello, el padre también acabó por dormirse al cabo de no mucho tiempo, mientras fuera la tempestad de nieve seguía sin cesar.
En mitad de la noche, el fuerte ruido de la ventisca despertó a Minokichi, que al levantarse comprobó que el fuego se había apagado. Se disponía a ir a por más leña para encenderlo de nuevo, cuando de pronto vio de pie junto a la puerta a una hermosa mujer de tez blanquísima y mirada glacial, que vestía un blanco kimono y enmarcaba su rostro por largos cabellos negros. Cuando quiso preguntarle quién era y de dónde venía, Minokichi comprobó horrorizado que no le salía la voz, como si una gran piedra le oprimiera el pecho, y que no podía moverse.
La misteriosa mujer entró en la cabaña, se acercó a Mosaku, que seguía durmiendo, se inclinó sobre él y le sopló un aire helado que le fue congelando lentamente hasta dejarle sin vida. Minokichi, entonces, recobró las fuerzas y logró gritar pidiendo auxilio.
-¡Socorroooo! ¡La Mujer de las Nieves! ¡Auxilio, que alguien me ayude!
Entonces, la Mujer de las Nieves le dijo a Minokichi, mirándole fijamente:
- A ti, por esta vez, te perdono la vida, porque aún eres muy joven y tienes muchas cosas por vivir. Pero te lo advierto: no le cuentes a nadie lo que acabas de ver, porque si lo haces, te mataré.
- De acuerdo – contestó el aterrado joven -, prometo no contárselo a nadie.
Tras lo cual, la bella y misteriosa mujer desapareció dejando un torbellino de nieve a su paso.
A la mañana siguiente, Minokichi trasladó el cuerpo sin vida de su padre. Todo el pueblo acudió a los funerales, y Minokichi se sintió muy feliz por ser consolado por todas aquellas humildes gentes. Sin embargo, se sentía culpable de lo que había pasado, por haber dejado negligentemente que se apagara el fuego del hogar en una noche tan fría como aquella. El joven estaba acostumbrado a vivir con su padre, por eso se sintió muy solo y triste al tener que seguir adelante sin él.
Pasó el tiempo, y cierto día de tormenta, alguien llamó a la puerta de Minokichi. Al abrir, vio que se trataba de una bellísima muchacha, empapada y aterida de frío, que afirmó llamarse Yuki y que le rogó que por favor le permitiera pasar allí la noche, porque iba de camino a la capital y se había perdido por culpa de la lluvia. Al principio, Minokichi no lo veía claro, porque no disponía de una cama que ofrecerle y tampoco tenía nada de comer. Pero la muchacha insistió en que le permitiera quedarse.
- No me importa comer poco o nada, y dormiré en el suelo. Pero por favor, déjame quedarme solamente por esta noche.
Tal era la insistencia de Yuki, que Minokichi accedió a dejarle pasar la noche allí. Naturalmente, Minokichi no tardó en quedarse prendado de la hermosa y dulce muchacha, y le pidió por favor que se casara con él.
Así lo hicieron. Tuvieron muchos hijos y fueron felices durante muchos años. Minokichi estaba muy feliz y orgulloso de su esposa, pero había algo en ella que le extrañaba. Yuki no salía nunca de casa en los días de buen tiempo o de sol. Pero en cuanto oscurecía, salía fuera con sus hijos para jugar y cantar con ellos.
Pasaron varios años. Cierta noche, Yuki estaba zurciendo un kimono, mientras fuera caía una nevada terrible, con un fuerte viento que hacía temblar la destartalada casa. Minokichi estaba recostado, contemplando a su esposa ensimismada en su labor. De pronto, le dijo:
- Mi querida Yuki. No pareces envejecer nunca, sigues tan guapa como el día que nos conocimos.
- Qué va, eso es lo que te parece a ti – dijo ella, sonrojándose.
- ¿Sabes? Acabo de acordarme de una cosa. Cuando era joven, una vez vi a una mujer tan guapa como tú, que además se te parecía muchísimo.
Yuki dejó el kimono y escuchó con mucha atención.
- Yo tenía veinte años entonces, y recuerdo que había salido a cazar con mi padre cuando nos sorprendió una tormenta de nieve como la que está cayendo esta noche. Nos resguardamos en un refugio, y entonces, aquella misma noche, vi a esa mujer, la Mujer de las Nieves.
En ese momento, la expresión de Yuki cambió. Su rostro se volvió pálido y su mirada fría. Se levantó y dijo a Minokichi:
- ¡Me prometiste que no se lo contarías a nadie! ¡Has roto tu promesa!
- ¡Eres tú! – exclamó entonces Minokichi, aterrorizado. – ¡Tú eres la Mujer de las Nieves!
- Sí, soy yo – contestó ella -. Y como has roto tu promesa, ya no puedo seguir existiendo en forma humana. ¡Qué lástima! Yo quería haber vivido contigo para siempre, pero ya no va a ser posible.
Mientras hablaba, Yuki ya se había convertido por completo en la Mujer de las Nieves y estaba de pie junto a la puerta.
- Te dije que te mataría si revelabas el secreto – prosiguió -, pero no puedo hacerlo. No quiero que nuestros hijos, que aún son pequeños, se queden huérfanos sin que nadie pueda cuidar de ellos. No te daré muerte hoy, pero no volverás a verme nunca más. Espero que nunca hagas mal a nuestros hijos o volveré a cumplir mi promesa! Adiós esposo!
Y, dejando tras de sí un torbellino de nieve, Yuki desapareció entre la ventisca.
- ¡Yuki, espera! ¡No te vayas! – gritó Minokichi.
- ¿Adónde vas, mamá? – lloriquearon los niños, que se habían despertado y se habían asomado al exterior. Sus voces se confundieron en medio del fuerte viento, mientras ella se alejaba para no volver jamás mientras el viento confundía sus lamentos.
Cierta mañana, muy de madrugada, Mosaku y Minokichi salieron al monte, pero no lograron cazar ninguna pieza. No perdieron la esperanza y siguieron recorriendo el monte hasta que se hizo de noche, en ese momento empezó a nevar intensamente, con un viento tan frío e intenso que les impedía tenerse en pie. A duras penas lograron guarecerse en un pequeño refugio cercano. En la modesta cabaña pudieron encender fuego, calentarse y reponer fuerzas. Mientras comían, hablaron de diversos temas, hasta que en cierto momento el padre dijo:
- Minokichi, hijo mío, yo soy viejo y tú tienes ya 20 años, y desde que murió tu madre estamos muy solos y necesitamos una mujer en casa. Deberías empezar a pensar en casarte.
Pero su hijo no le escuchaba, porque se había recostado junto al fuego y ya dormía profundamente. En vista de aquello, el padre también acabó por dormirse al cabo de no mucho tiempo, mientras fuera la tempestad de nieve seguía sin cesar.
En mitad de la noche, el fuerte ruido de la ventisca despertó a Minokichi, que al levantarse comprobó que el fuego se había apagado. Se disponía a ir a por más leña para encenderlo de nuevo, cuando de pronto vio de pie junto a la puerta a una hermosa mujer de tez blanquísima y mirada glacial, que vestía un blanco kimono y enmarcaba su rostro por largos cabellos negros. Cuando quiso preguntarle quién era y de dónde venía, Minokichi comprobó horrorizado que no le salía la voz, como si una gran piedra le oprimiera el pecho, y que no podía moverse.
La misteriosa mujer entró en la cabaña, se acercó a Mosaku, que seguía durmiendo, se inclinó sobre él y le sopló un aire helado que le fue congelando lentamente hasta dejarle sin vida. Minokichi, entonces, recobró las fuerzas y logró gritar pidiendo auxilio.
-¡Socorroooo! ¡La Mujer de las Nieves! ¡Auxilio, que alguien me ayude!
Entonces, la Mujer de las Nieves le dijo a Minokichi, mirándole fijamente:
- A ti, por esta vez, te perdono la vida, porque aún eres muy joven y tienes muchas cosas por vivir. Pero te lo advierto: no le cuentes a nadie lo que acabas de ver, porque si lo haces, te mataré.
- De acuerdo – contestó el aterrado joven -, prometo no contárselo a nadie.
Tras lo cual, la bella y misteriosa mujer desapareció dejando un torbellino de nieve a su paso.
A la mañana siguiente, Minokichi trasladó el cuerpo sin vida de su padre. Todo el pueblo acudió a los funerales, y Minokichi se sintió muy feliz por ser consolado por todas aquellas humildes gentes. Sin embargo, se sentía culpable de lo que había pasado, por haber dejado negligentemente que se apagara el fuego del hogar en una noche tan fría como aquella. El joven estaba acostumbrado a vivir con su padre, por eso se sintió muy solo y triste al tener que seguir adelante sin él.
Pasó el tiempo, y cierto día de tormenta, alguien llamó a la puerta de Minokichi. Al abrir, vio que se trataba de una bellísima muchacha, empapada y aterida de frío, que afirmó llamarse Yuki y que le rogó que por favor le permitiera pasar allí la noche, porque iba de camino a la capital y se había perdido por culpa de la lluvia. Al principio, Minokichi no lo veía claro, porque no disponía de una cama que ofrecerle y tampoco tenía nada de comer. Pero la muchacha insistió en que le permitiera quedarse.
- No me importa comer poco o nada, y dormiré en el suelo. Pero por favor, déjame quedarme solamente por esta noche.
Tal era la insistencia de Yuki, que Minokichi accedió a dejarle pasar la noche allí. Naturalmente, Minokichi no tardó en quedarse prendado de la hermosa y dulce muchacha, y le pidió por favor que se casara con él.
Así lo hicieron. Tuvieron muchos hijos y fueron felices durante muchos años. Minokichi estaba muy feliz y orgulloso de su esposa, pero había algo en ella que le extrañaba. Yuki no salía nunca de casa en los días de buen tiempo o de sol. Pero en cuanto oscurecía, salía fuera con sus hijos para jugar y cantar con ellos.
Pasaron varios años. Cierta noche, Yuki estaba zurciendo un kimono, mientras fuera caía una nevada terrible, con un fuerte viento que hacía temblar la destartalada casa. Minokichi estaba recostado, contemplando a su esposa ensimismada en su labor. De pronto, le dijo:
- Mi querida Yuki. No pareces envejecer nunca, sigues tan guapa como el día que nos conocimos.
- Qué va, eso es lo que te parece a ti – dijo ella, sonrojándose.
- ¿Sabes? Acabo de acordarme de una cosa. Cuando era joven, una vez vi a una mujer tan guapa como tú, que además se te parecía muchísimo.
Yuki dejó el kimono y escuchó con mucha atención.
- Yo tenía veinte años entonces, y recuerdo que había salido a cazar con mi padre cuando nos sorprendió una tormenta de nieve como la que está cayendo esta noche. Nos resguardamos en un refugio, y entonces, aquella misma noche, vi a esa mujer, la Mujer de las Nieves.
En ese momento, la expresión de Yuki cambió. Su rostro se volvió pálido y su mirada fría. Se levantó y dijo a Minokichi:
- ¡Me prometiste que no se lo contarías a nadie! ¡Has roto tu promesa!
- ¡Eres tú! – exclamó entonces Minokichi, aterrorizado. – ¡Tú eres la Mujer de las Nieves!
- Sí, soy yo – contestó ella -. Y como has roto tu promesa, ya no puedo seguir existiendo en forma humana. ¡Qué lástima! Yo quería haber vivido contigo para siempre, pero ya no va a ser posible.
Mientras hablaba, Yuki ya se había convertido por completo en la Mujer de las Nieves y estaba de pie junto a la puerta.
- Te dije que te mataría si revelabas el secreto – prosiguió -, pero no puedo hacerlo. No quiero que nuestros hijos, que aún son pequeños, se queden huérfanos sin que nadie pueda cuidar de ellos. No te daré muerte hoy, pero no volverás a verme nunca más. Espero que nunca hagas mal a nuestros hijos o volveré a cumplir mi promesa! Adiós esposo!
Y, dejando tras de sí un torbellino de nieve, Yuki desapareció entre la ventisca.
- ¡Yuki, espera! ¡No te vayas! – gritó Minokichi.
- ¿Adónde vas, mamá? – lloriquearon los niños, que se habían despertado y se habían asomado al exterior. Sus voces se confundieron en medio del fuerte viento, mientras ella se alejaba para no volver jamás mientras el viento confundía sus lamentos.
Como facilitar el aprendizaje de nuestros hijos en matemáticas
Nuestro
papel como padres y madres es fundamental en la identificación y la
búsqueda del tratamiento adecuado. También lo es en la creación de
un ambiente familiar que estimule el aprendizaje matemático,
despertando inquietudes, ofreciendo posibilidades, reforzando los
avances, etc.
A
continuación, señalamos algunas orientaciones a tener en cuenta que
puedan facilitar este aprendizaje en nuestro hijo:
• Despertar
desde pequeños su curiosidad e interés hacia los números, de
forma
lúdica, con juegos (a las tiendas, al supermercado, etc.), con
ejemplos
de
la vida real, con problemas divertidos, etc. Que nuestro hijo vea que
las matemáticas pueden ser divertidas y muy prácticas. El
componente afectivo del aprendizaje, la actitud y la motivación
serán sin duda un elemento fundamental en su posterior aprendizaje.
• Fomentar
aquellos juegos en los que se desarrollen las habilidades numéricas
(oca,
parchís, monopoly, bingo, barcos, lego, tres en raya, ajedrez,
dominó, cartas, juego supermercado, etc.), ya que el juego desempeña
un papel fundamental en el conocimiento y utilización de los números
y en la consolidación y automatización de estas habilidades.
• Tener
en casa una actitud positiva hacia las matemáticas, evitando
comentarios sobre si son difíciles o aburridas o diciendo que a
nosotros también nos “costaron”.
• Recordar
siempre nuestro papel educativo con nuestros hijos, que somos sus
referentes y su modelo, por lo que podemos ayudarle a aumentar su
motivación hacia el aprendizaje mostrando nuestro interés y
curiosidad por los conceptos matemáticos.
• Enseñarle
el valor de las matemáticas en la vida cotidiana, en actividades
necesarias
y frecuentes, y la importancia que pueden tener en su futuro.
• Animarle
a que desarrolle con nosotros su capacidad para resolver problemas,
por ejemplo, incluyéndolo en actividades cotidianas (comparar
artículos
en una tienda, pesar cantidades diferentes de comida, calcular
las
medidas para colgar un cuadro, planificar los días de unas
vacaciones,
seguir
una receta de cocina, etc.), realizando con frecuencia ejercicios
divertidos y convirtiendo cualquier situación cotidiana en un juego
matemático.
De
esta forma, podrá investigar, cuestionar y resolver problemas.
• Ayudarle
a relacionar los problemas planteados en las tareas escolares
con
situaciones y ejemplos de la vida real. Por ejemplo, ayudarle a
aprender
desde
el principio conceptos como cantidad, orden, tamaño, espacio y
distancia
con situaciones cotidianas u objetos cercanos a él.
• Unir
temas de su interés con la realización de cálculos numéricos (por
ejemplo,
animales, deportes, cocina, pintura, etc.).
• Practicar
con ellos ejercicios en los que pueda tener una percepción visual
de
los problemas, es decir, visualizando los conceptos y problemas
con
objetos y situaciones reales. Muchas veces los procesos matemáticos
y
el código numérico y verbal resultan demasiado abstractos por lo es
importante aproximarse a estos conceptos con actividades
multisensoriales,
es
decir, desde otros sentidos que puedan facilitarlo, especialmente el
visual.
• En
el momento de realizar este tipo de tareas, promover que las ejecute
y
las
verbalice al mismo tiempo.
• Cuando
tenga que memorizar operaciones y fórmulas matemáticas, animarle
a
que utilice una música adecuada que le facilite este proceso.
• Enseñarle
a realizar y resolver problemas matemáticos de forma mental,
es
decir, en su cabeza, haciendo cálculos mentales rápidos de
situaciones
cotidianas.
• Cuando
esté resolviendo problemas matemáticos, o situaciones cotidianas,
pedirle
que nos explique cómo llegó a la solución correcta, de esta
forma
podremos ver de qué forma razona matemáticamente y dónde puede
necesitar
más ayuda. Nosotros podemos compartir con ellos nuestra
forma
de razonar.
• Del
mismo modo, cuando esté realizando problemas, que nos los lea en
voz
alta, y observar si las dificultades pueden venir de una falta de
comprensión de los mismos.
• Ayudarle
a que encuentre estrategias cognitivas que le faciliten el cálculo
mental
y el razonamiento visual, es decir, pequeños “trucos” que le
puedan
servir.
• Valorar
y reforzarle el esfuerzo a la hora de realizar los problemas, no
solo
el resultado.
• Potenciar
el uso de las nuevas tecnologías para practicar y hacer ejercicios
lúdicos.
Hay múltiples páginas en internet que permiten hacer juegos
matemáticos de forma divertida y dinámica.
• Si
es posible, trabajar con él, a través de ejercicios y actividades
sencillas
y
entretenidas, según la edad y sus dificultades, conceptos como (se
puede
hacer
con la plastilina, por ejemplo):
Asociación
del número con la cantidad que representa: mediante
referentes visuales, concretos y manipulativos, se puede utilizar el
ábaco. Contar y hacer grupos de objetos.
Trabajar
la noción de proporción y cantidad: conceptos como mucho,
poco, bastante, más o menos, mayor, menor, y la reversibilidad.
Conservación
de la cantidad: esta noción está en la base del concepto de
número y de las operaciones y significa que, aunque exista una
diferencia en los atributos físicos de los objetos, hay una base de
realidad que sobrepasa estas diferencias. Por ejemplo, 2+2 = 3 +1.
Secuencias
ordenadas de objetos o números, ejercicios de seriación
(presentar series de números y ordenarlos de mayor a menor y
viceversa, completar los que faltan….). Fundamental para
desarrollar una comprensión matemática mayor.
Clasificaciones
de elementos: partiendo de clasificaciones simples hasta
llegar a las más complejas y trabajar las relaciones dentro de esas
categorías.
Reforzar
el pensamiento lógico a través de conversaciones.
Ejercicios
que le ayuden a consolidar la línea numérica mental para
fortalecer el concepto numérico básico.
Practicar
diariamente el cálculo mental para mejorar la agilidad de los
cálculos: inicialmente en la suma y resta y después incorporando la
multiplicación y la división.
Ejercicios
que le ayuden a entrenar la memoria corto plazo y entrenar
la
atención sostenida: para mejorar la ejecución en los cálculos y
los pasos necesarios para resolver un problema.
Trabajar
el entrenamiento en autoinstrucciones, identificando todos los
pasos para realizar cálculos y resolver problemas.
• Si
hacemos ejercicios con nuestro hijo, darle tiempo suficiente para
resolver los problemas y asimilar los conceptos, sin presionarle en
el aprendizaje de estos conceptos. Apoyarle, dándole el tiempo
necesario para ello.
• En
los ejercicios, facilitarle hojas y espacio para escribir para que la
información esté despejada y tenga suficiente espacio visual.
• Respecto
al uso de la calculadora, podemos dejar que la utilice como
apoyo
para resolver operaciones básicas si,todavía no se ha aprendido la
tabla de multiplicar, para que no se retrase el aprendizaje de otras
operaciones más complejas (y, más adelante, será necesario
fortalecer el aprendizaje de la tabla).
• Mantener
una comunicación y colaboración constante con el tutor del centro
para conocer su evolución, que nos aporten diferentes orientaciones
y pautas para trabajar en casa, etc.
• Si
es necesario, contar con la ayuda de un profesional.
lunes, 25 de agosto de 2014
Las sandalias de madera mágicas
Hace mucho tiempo, un joven, cuya madre había caído enferma, se
vio en la necesidad de conseguir una gran suma de dinero para poder
cuidarla. No tuvo otro remedio que pedírselo prestado al señor más
rico del pueblo. Pero, por más que trabajaba, al joven le era
imposible poder devolver el préstamo, y además, su madre empeoró
de su enfermedad y nuestro protagonista tuvo que pedir más dinero
aún al rico señor. Éste se enfadó y le dijo:
- ¿Qué estás diciendo? Ya te presté dinero antes y no me lo has devuelto. He esperado demasiado tiempo a que me devolvieras mi dinero ¿y ahora me pides más? ¡No vuelvas por aquí hasta que no saldes tu deuda!
Aquel joven, que quería curar a su madre como fuera, al no haber logrado que el rico señor le prestara más dinero, no se atrevió a volver a casa, y pasó largo rato vagando por el bosque. Entonces, de repente, apareció un misterioso anciano en mitad del camino.
- Buenos días, saludó el anciano al pobre joven. Éste, sobresaltado, le respondió:
- Oh, discúlpeme. No le había visto.
Y continuó caminando. El anciano le dijo sonriendo:
¿Te importa que camine contigo? Hay algo que quiero contarte que seguro que te interesará mucho. Y comenzó a andar junto a él.
Al cabo de un tiempo, cuando se disponía a despedirse, el anciano le dijo al joven:
- Estás pasando por momentos difíciles, ¿verdad? Toma estas sandalias de madera cálzatelas y tropieza con ellas, ya verás lo que sucede.
El joven se calzó las sandalias y tropezó con ellas, y ante su sorpresa, al instante comenzó a brotar de la nada un montón de dinero.
- Puedes repetir esto varias veces, pero si tropiezas demasiado, empezarás a encoger. Ten mucho cuidado.
El joven volvió a casa, y tal como le había dicho el anciano, se calzó las sandalias y tropezó, y de nuevo empezó a brotar dinero. Tras repetirlo algunas veces, reunió suficiente dinero para poder curar a su madre y devolver el préstamo. Entonces, recordó
las palabras del anciano y dejó de utilizar las sandalias. Cuando el joven fue a devolver su préstamo, el rico señor quiso saber cómo había conseguido tanto dinero, y el joven le contó la historia de las sandalias de madera mágicas, que hacían brotar dinero de la nada. El señor insistió muchísimo en que se las prestara, algo a lo que el joven accedió.
Muy contento, el señor se calzó las sandalias y se dirigió a la habitación contigua. Desde esa habitación empezó a oírse el incesante ruido de las caídas, "pataplam, pataplam", acompañado del sonido de las monedas, "cling, cling". Pero al cabo de un tiempo, ya sólo se oía este último sonido. El joven, extrañado, se asomó para ver qué sucedía. Allí, sentado, en lo alto de una enorme montaña de dinero, estaba el rico señor convertido en un bebé, en castigo a la avaricia de haber tropezado demasiadas veces.
- ¿Qué estás diciendo? Ya te presté dinero antes y no me lo has devuelto. He esperado demasiado tiempo a que me devolvieras mi dinero ¿y ahora me pides más? ¡No vuelvas por aquí hasta que no saldes tu deuda!
Aquel joven, que quería curar a su madre como fuera, al no haber logrado que el rico señor le prestara más dinero, no se atrevió a volver a casa, y pasó largo rato vagando por el bosque. Entonces, de repente, apareció un misterioso anciano en mitad del camino.
- Buenos días, saludó el anciano al pobre joven. Éste, sobresaltado, le respondió:
- Oh, discúlpeme. No le había visto.
Y continuó caminando. El anciano le dijo sonriendo:
¿Te importa que camine contigo? Hay algo que quiero contarte que seguro que te interesará mucho. Y comenzó a andar junto a él.
Al cabo de un tiempo, cuando se disponía a despedirse, el anciano le dijo al joven:
- Estás pasando por momentos difíciles, ¿verdad? Toma estas sandalias de madera cálzatelas y tropieza con ellas, ya verás lo que sucede.
El joven se calzó las sandalias y tropezó con ellas, y ante su sorpresa, al instante comenzó a brotar de la nada un montón de dinero.
- Puedes repetir esto varias veces, pero si tropiezas demasiado, empezarás a encoger. Ten mucho cuidado.
El joven volvió a casa, y tal como le había dicho el anciano, se calzó las sandalias y tropezó, y de nuevo empezó a brotar dinero. Tras repetirlo algunas veces, reunió suficiente dinero para poder curar a su madre y devolver el préstamo. Entonces, recordó
las palabras del anciano y dejó de utilizar las sandalias. Cuando el joven fue a devolver su préstamo, el rico señor quiso saber cómo había conseguido tanto dinero, y el joven le contó la historia de las sandalias de madera mágicas, que hacían brotar dinero de la nada. El señor insistió muchísimo en que se las prestara, algo a lo que el joven accedió.
Muy contento, el señor se calzó las sandalias y se dirigió a la habitación contigua. Desde esa habitación empezó a oírse el incesante ruido de las caídas, "pataplam, pataplam", acompañado del sonido de las monedas, "cling, cling". Pero al cabo de un tiempo, ya sólo se oía este último sonido. El joven, extrañado, se asomó para ver qué sucedía. Allí, sentado, en lo alto de una enorme montaña de dinero, estaba el rico señor convertido en un bebé, en castigo a la avaricia de haber tropezado demasiadas veces.
¿Qué es la discalculia?
Las habilidades y competencias
matemáticas se van desarrollando en los niños a lo largo de la
escolaridad.
La discalculia es un trastorno
del aprendizaje de las matemáticas que se manifiesta en una serie de
dificultades significativas en el desarrollo de capacidades
matemáticas, como en el procesamiento numérico, en el razonamiento
lógico matemático, en la comprensión aritmética y en la
realización de cálculos y operaciones.
Estas dificultades producen un
bajo rendimiento en este área y un posible fracaso escolar.
Los niños con discalculia o
dificultades en el aprendizaje matemático, han
de responder a los siguientes
criterios:
• Tienen un nivel de
inteligencia normal, sin lesión cerebral sin trastornos emocionales
graves y sin ningún tipo de discapacidad (visual, auditiva, etc.),
por lo que en el resto de las áreas no suelen tener dificultades
• Manifiestan un rendimiento
escolar en el área de matemáticas significativamente inferior al
esperado según su edad y según su capacidad intelectual.
• Han contado con las
condiciones educativas y socioculturales adecuadas para poder
adquirir estos conocimientos.
Podemos decir que la discalculia
es “un trastorno estructural de las habilidades matemáticas
originado por un trastorno genético o congénito de partes del
cerebro que son el substrato anatomo-fisiológico directo de la
maduración de las habilidades matemáticas adecuadas a cada edad,
sin un trastorno simultáneo de las funciones mentales generales”
(Kocs).
Se consideraría que la base de
la discalculia es una alteración, disfunción o desorden genético
del sentido del número innato que conlleva una menor maduración a
nivel cerebral de las áreas relacionadas con el procesamiento
numérico.
Se contemplan también diferentes
tipos de discalculia, que pueden darse de forma conjunta o separada:
• Discalculia verbal:
dificultad para comprender conceptos matemáticos y
relaciones presentadas
verbalmente.
• Discalculia pratognóstica:
dificultad para manipular objetos para hacer
comparaciones de tamaño,
cantidad, etc.
• Discalculia léxica:
dificultad para comprender símbolos matemáticos o
números.
• Discalculia gráfica:
dificultad para manipular símbolos matemáticos mediante
la escritura (escribir números).
• Discalculia ideognóstica:
dificultad para entender conceptos matemáticos
y relaciones entre ellos y para
realizar cálculos mentales.
• Discalculias operacionales:
dificultad para realizar operaciones aritmétricas
básicas (verbales o escritas).
En la discalculia pueden aparecer
dificultades perceptivas, lingüísticas, de memoria, simbólicas o
cognitivas que dificultan la realización de operaciones y cálculos.
En concreto, podrían ser:
Dificultades
perceptivas, visoespaciales y visoconstructivas:
• En la representación
espacial de las magnitudes dentro de la línea mental,
lo que le impide un desarrollo
normal de los conceptos numéricos.
• Para reconocer y entender los
símbolos y para entender signos y direcciones.
• Para alinear números y
ordenar grupos de números, de mayor a menor y
viceversa. También para alinear
símbolos.
• Perceptivo-visuales y en la
organización visoespacial, por ejemplo, para
distinguir tamaños, figura-fondo
y formas.
• De identificación de
números, especialmente aquellos similares (por
ejemplo, el 6 y el 9).
• En la integración y manejo
de los símbolos aritméticos y numéricos, pudiéndose producir confusión de los
signos: +, -, / y ×.
• En la inversión, reversión
o transposición de números (por ejemplo, 13
por 31).
• En las relaciones entre
figura y longitud.
• De distancia y tamaño, para
comprender proporciones, encontrar el punto
medio entre dos números,
determinar qué número va delante o detrás de
otro, etc.
• En la comprensión de un
valor según la ubicación de un número y la coma
decimal.
• Para comprender las
relaciones espaciales (por ejemplo, arriba/abajo o
derecha/izquierda).
• Para reproducir figuras
geométricas, un modelo (un dibujo), o construir un
rompecabezas.
• De orientación espacial,
esquema corporal y con los conceptos abstractos
del tiempo y dirección.
Dificultades
lingüísticas:
• Simbólicas, en el ámbito
lingüístico general, pero que también aparecen
en las actividades de lectura y
escritura.
• En la comprensión de
términos matemáticos y la conversión de problemas
matemáticos en símbolos
matemáticos
• En la transcripción, por
ejemplo, cuando se escriben números dictados.
Dificultades
en la memoria a corto plazo, para conservar y retener la
información numérica y comprender y recordar conceptos, números.
reglas, fórmulas, secuencias matemáticas (orden de operaciones).
Por ejemplo, para
recordar una sucesión temporal
de números o los distintos pasos o procesos
implicados en un problema.
Dificultades
de razonamiento lógico-matemático:
• Para realizar cálculos y
operaciones matemáticas.
• Para realizar cálculos de
forma mental.
• Con las operaciones básicas
y sus secuencias (suma, resta, multiplicación
y división).
• De comparación,
clasificación, correspondencia, ordenamiento, seriación,
inclusión. deducción, etc.
• Para contar comprensivamente,
es decir, realizar el conteo ordinal rutinario.
• De comprensión aritmética,
compresión de conjuntos, etc.
• Para realizar abstracciones y
elaborar asociaciones a partir de material
numérico.
Dificultades
de atención como, por ejemplo, en copiar figuras y
observar de
forma correcta los símbolos de
las operaciones.
Dificultades
metacognitivas, respecto a la
planificación del trabajo, establecimiento de objetivos,
autorregulación, comprobación de resultados, etc.
Las dificultades pueden variar en
cada niño, y dependen de la edad, por lo que tendremos que conocer cuáles son
las que presenta nuestro hijo en concreto.
En la discalculia pueden influir
también factores madurativos, cognitivos, emocionales y en
educativos.
En un 30% de los casos, la
discalculia se presenta de forma simultánea con déficit de atención
o dislexia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)