Erase una vez un rey y una reina que tenían, cada uno por su
parte, una hija llamada Kate. Pero la Kate del rey era mucho más
bonita que la Kate de la reina, y ésta estaba celosa de la belleza
de su hijastra y decidida a echarla a perder, pero las dos Kates se
querían mucho. Así pues, la reina fue a ver a la mujer encargada de
las gallinas, su malvada compinche, y le pidió consejo.
«Primero
mandadme a la hermosa damita una mañana» -dijo la mujer de las
gallinas-, «y yo destruiré su belleza».
Así, al día siguiente
la reina mandó a la Kate del rey a que fuera a recoger un cesto de
huevos para desayunar. Ocurrió que Kate tenía hambre y, al pasar
por la cocina, cogió un pedazo de pan y lo fue masticando por el
camino. Llegó donde estaba la mujer de las gallinas y le pidió los
huevos. «Entra y levanta la tapa de la olla mientras los recojo»
-dijo la mujer. La Kate del rey levantó la tapa, y se elevó una
gran masa de vapor, pero a ella no le ocurrió nada.
«Ve a casa y
dile a tu mamá» -dijo la mujer de las gallinas- «que cierre mejor
la puerta de la despensa».
Al día siguiente la reina acompañó
a Kate hasta la puerta del palacio; pero, mientras se dirigía a la
casa de la mujer de las gallinas, la muchacha habló con unos
segadores que había en el campo, y éstos le dieron varias mazorcas
de maíz, que se comió por el camino. De nuevo volvió a casa ilesa,
y la mujer de las gallinas le dio: «Dile a tu mamá que la olla no
hervirá si no hay fuego.»
El tercer día la reina fue con la
muchacha hasta la casa de la mujer de las gallinas, y cuando Kate
levantó la tapa de la olla, de ésta salió una cabeza de oveja que
se le clavó sobre los hombros, cubriendo su bonita cabeza.
La
reina estaba encantada, pero su hija Kate estaba muy enfadada.
Envolvió la cabeza de su hermana con un paño de lino, la cogió de
la mano y partieron juntas en busca de su fortuna. Caminaron hasta
que llegaron al reino vecino. La Kate de la reina fue al palacio y
consiguió trabajo como moza de cocina y también permiso para que su
hermana enferma pudiera alojarse en el desván. El hijo mayor del rey
estaba muy enfermo. Nadie sabía qué le pasaba, y todos los que
velaban junto a su cama por la noche desaparecían. Cuando la Kate de
la reina se enteró de esto, se ofreció para velar al príncipe por
una cantidad de plata. Todo estuvo tranquilo hasta medianoche;
entonces el príncipe se levantó y se vistió con aire aturdido,
salió y montó en su caballo. Kate le siguió y saltó a la grupa
del caballo. Cabalgaron a través de un espeso bosque de avellanos, y
Kate fue arrancando avellanas a su paso. Pronto llegaron a un
montículo feérico, y el príncipe dijo: «Dejad entrar al príncipe
con su caballo y su perro», y Kate añadió: «Y a su hermana dama,
que le sigue.» Y se abrió una puerta en la ladera, y entraron por
ella. Kate se escabulló y se escondió detrás de la puerta abierta,
pero el príncipe entró y bailó hasta que se desmayó de debilidad.
Cuando empezó a amanecer, montó en su caballo, y Kate se subió
detrás de él. La noche siguiente, Kate se ofreció a velar al
príncipe por un montón de oro, y le siguió como el día anterior.
Aquella noche, había un niño feérico que jugaba entre los
danzantes montado a horcajadas sobre una varita de plata. Uno de los
danzantes le dijo: «Ten cuidado con esa varita, pues un toque con
ella le devolvería su cabeza a la Kate del rey.»
Cuando la Kate
de la reina oyó estas palabras, empezó a echar las avellanas que
había recogido, una a una, desde detrás de la puerta, hasta que el
niño feérico dejó la varita y fue tras ellas. Entonces se apoderó
de la varita y la llevó consigo cuando regresó al palacio con el
príncipe. Cuando se hizo de día y pudo dejarle, subió corriendo al
desván y tocó a la Kate del rey con la varita. Y la muchacha
recobró su aspecto anterior, más bonita que nunca. La tercera noche
Kate también veló; pero esa noche debía casarse con el príncipe
como recompensa. Volvió a seguir al príncipe, y esta vez el niño
feérico jugaba con un pajarito muerto.
«Presta atención» -dijo
uno de los danzantes- «y no pierdas este pajarito; pues tres pizcas
de él y el príncipe volvería a estar tan bien como antes».
Cuando
Kate oyó estas palabras, hizo rodar las avellanas más rápido que
la otra vez, y el niño feérico dejó el pajarito en el suelo y fue
tras ellas. Tan pronto como llegaron a casa, Kate desplumó al
pajarito y lo puso al fuego para asarlo. En cuanto sintió su olor,
el príncipe se sentó en la cama y dijo: «Me comería este
pajarito.»
Al tercer bocado se encontró tan bien
como siempre
lo había estado; y se casó con Kate Crackernuts, y su hermano se
casó con la Kate del rey, vivieron felices y comieron perdices.
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