Érase una vez un humilde carpintero llamado Geppetto, que vivía muy
solo y sin hijos. Esta soledad le apenaba tanto, que Geppetto planeó
construirse un muñeco de madera, al cual daría forma con mucho tiento,
como lo hacía con cada trozo de madera que debía trabajar.
- Lo llamaré Pinocho- se dijo el carpintero a sí mismo, sonriente, tan contento como estaba con su proyecto.
Y así fue como poco a poco, Geppetto le fue dando forma a la madera.
Primero las piernas, después los brazos…Hasta estar completamente
terminado. El muñeco se veía precioso, casi parecía un niño con aquellos
ojos pintados tan brillantes. Sin embargo, el pobre Geppetto pronto se
dio cuenta de que con aquel muñeco no iba a aliviar su soledad:
- Ojalá tuviera vida…- se dijo con los ojos enjugados en lágrimas.
Al caer la noche, mientras Geppetto descansaba de su jornada, un Hada
de los deseos se apareció en la casa del carpintero frente al muñeco
Pinocho. El Hada, que había escuchado las súplicas del carpintero,
decidió concederle su deseo en recompensa a su esfuerzo y bondad. Y con
un toque de magia, de pronto Pinocho fue moviendo cada una de las partes
de su pequeño cuerpo, que sin embrago, permanecía de madera. ¡No podía
creer Geppetto lo que vio al amanecer!
- ¡Hola papá!- exclamó Pinocho
- Pero… ¿eres tú, Pinocho, y no estoy soñando?- contestó Geppetto algo aturdido de la alegría.
A partir de entonces, Geppetto se convirtió en el hombre más feliz de
la tierra. Tenía un hijo al fin y ya no estaba solo. Y poco a poco fue
enseñándole cada una de las cosas que Pinocho necesitaba para
sobrevivir. Le enseñó a hablar y caminar correctamente, y hasta empeñó
parte de sus enseres para poder comprarle libros con los que ir a la
escuela. ¡Qué contento y agradecido estaba Pinocho! Pero a pesar de
todo, el pequeño seguía sin ser un niño de carne y hueso como los demás,
y para serlo, el hada le encomendó ser un niño muy bueno, y le regaló
un pequeño grillito llamado Pepito Grillo para acompañarle en su camino.
Mientras se dirigía a la escuela, se imaginaba Pinocho aprendiendo
miles de cosas y haciéndose muy, muy listo, para poder ganar dinero
cuando se hiciera mayor, y comprarle a su padre todas las cosas que
había vendido para pagar sus libros. Pero en el camino, Pinocho se
encontró con un lobo malvado que a cambio de algunas monedas y mucha
diversión, consiguió conducir a Pinocho hasta el teatro de títeres de la
ciudad, desoyendo a Pepito Grillo que le advertía una y otra vez de su
error.
- ¡Vengan, señores, al teatro de títeres!- Vociferaban desde la plaza del pueblo.
Pronto Pinocho se unió a la fiesta y se puso a bailar frente aquel
teatro lleno de marionetas, como uno más. Aquel niño de madera era tan
inocente aún, que no sabía distinguir el bien del mal, acostumbrado como
estaba a las bondades de su padre. Y Pinocho, fue engañado de este modo
por el titiritero más famoso de la ciudad. Aquel hombre, egoísta y muy
cruel, había observado pacientemente al extraño hijo del carpintero, y
pensó que podría hacerse rico llevando a su teatro al primer muñeco de
madera con vida, habido jamás en ningún lugar. Rápidamente, encerró al
pobre Pinocho bajo llave en una jaula de hierro, y el pobre Pinocho
lloró y lloró junto a Pepito Grillo arrepentido de su acción.
Aquel llanto conmovió al Hada de los deseos, que se presentó junto a
la jaula de hierro preguntando a Pinocho cómo había llegado hasta allí:
- ¡Me atraparon unos malvados camino de la escuela y me encerraron en esta jaula! – exclamó Pinocho.
Y el Hada de los deseos, sabedora de la realidad, hizo crecer la
nariz de Pinocho en castigo por no decir la verdad. Decidió, sin
embargo, dar otra oportunidad de demostrar su bondad a Pinocho y deshizo
con su magia todos los barrotes de la jaula de hierro que le
encerraban. Una vez libre, Pinocho volvió a olvidar los consejos del
hada y de su amigo Pepito Grillo, y de nuevo, se dejó tentar por unos
niños que hablaban, a su paso, de la llamada Isla de los juguetes.
Una vez allí, Pinocho disfrutó de lo lindo con montones de juegos
durante largas horas, hasta que de pronto, las orejas de Pinocho
comenzaron a crecer y crecer hasta convertirse en unas grandes orejas de
burro, destino de todos los niños que abandonaban la escuela solo por
diversión. ¡Qué avergonzado se sentía Pinocho por todo! Y lloraba frente
a Pepito Grillo pidiéndole perdón, y suplicando al Hada de los deseos,
que su padre no se hubiera olvidado de él.
Lejos de eso, Geppetto buscaba a su hijo perdido por tierra y mar, y casi frente a la misma Isla de los juguetes,
el carpintero fue tragado por una ballena gigante, que tras engullirle,
se adentró de nuevo en el mar. Pinocho, avisado por Pepito Grillo del
suceso, no dudó en echarse al mar para intentar liberar a su padre de
las zarpas de la ballena. Nadando como pudo con sus pequeños bracitos de
madera, Pinocho se situó sobre la boca de la ballena siendo también
engullido por ella.
Dentro de la boca de la ballena, padre e hijo se sintieron
inmensamente contentos. No tenían miedo. Al fin Geppetto había
encontrado a su pequeño y juntos se contaron todas sus historias. Pepito
Grillo, mientras tanto, urdía un plan para poder escapar de aquel
lugar, y enciendo una fogata en la boca del animal, consiguió hacerle
estornudar, y con ello, salir despedidos de nuevo hacia el mar.
Tras todo aquello, Pinocho nunca volvió a desobedecer a Geppetto ni a
portarse mal, y el Hada de los deseos decidió premiar al pequeño por
todo su esfuerzo, convirtiéndole al fin en un niño de carne y hueso,
como los de verdad.
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