En la China imperial reinaba un emperador que estaba desesperado
porque su única hija, llamada Turandot, era fría,
caprichosa, despiadada y, encima, no quería casarse. El emperador,
harto de esta situación, le dio un ultimátum:
"O te casas o te
echo del palacio sin contemplaciones".
La princesa aceptó, pero
puso una condición: los pretendientes se someterían a una prueba, y
si no la superaban, ella misma les cortaría la cabeza. Al cabo de
los días, las cabezas de los pretendientes se amontonaban en el
palacio, y la princesa ardía de satisfacción.
Pero se
presentó un apuesto guerrero para afrontar el reto. La princesa le
propuso un acertijo:
"Lo mata todo, pero el agua lo mata"?
"¡El fuego!", contestó el joven.
La princesa
propuso una segunda adivinanza:
"Soy duro como una roca, pero la
gente me bebe"?
El joven contestó: "¡El hielo!".
Y
llegó el momento del último acertijo:
"Es un hielo que te da
fuego, y cuanto más fuego te da, más hielo se vuelve"?
El
joven pensaba sin encontrar respuesta, pero al ver a la fría
princesa sintió tal ardor en su corazón que "Turandot!",
exclamó plenamente seguro.
Y la princesa no tuvo más remedio que
caer rendida a sus brazos.
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