Había una vez un hombre muy pobre al que no le llegaba el dinero
para comer. Tan necesitado como estaba robó una pipa vieja para
poder venderla y comprar comida, pero unos guardias reales lo vieron
y lo metieron en la cárcel.
Antes de ser encarcelado, el hombre pidió que el rey le
recibiera. Los soldados compasivos lo llevaron ante el Rey.
- ¿Por que has venido a verme? Te han visto robando, te mereces
ser mi prisionero – gritó el Rey.
- Majestad, no quisiera irme sin antes de darle un regalo- dijo el
ladrón.
Sacó de su bolsillo una pequeña semilla de color amarillo y le
explicó al Rey.
- Majestad, esta es una semilla mágica que puede hacer que crezca
un árbol con peras de oro. Pero solo lo conseguirá una persona que
sea realmente honrada. Si no lo es, solo conseguirá peras normales –
y guiñándole un ojo añadió- Como se que vos sois muy honrado, os
la regalo para que os hagáis aún más rico.
Pero el Rey, no era tan honrado como parecía, ya que de pequeño
había robado una moneda de oro a su madre, así que para no quedar
mal, decidió regalar la semilla a su canciller.
- Le estoy muy agradecido majestad- dijo el Canciller- pero no
puedo aceptarla.
El Canciller una vez robó un limón del huerto de su vecino y
tampoco quería quedar mal, así que propuso que se la quedara el
capitán del ejército.
- Pues gracias, pero como estoy todo el día con los soldados no
lo podría cuidar- balbuceó el capitán. Sabía que no era honrado
ya que a veces decía mentiras- creo que debería quedársela el
señor juez- añadió.
- La verdad es que yo no la merezco- dijo el juez dejando ver
también su falta de honradez.
Fue así, como el Rey se dio cuenta que todos cometemos fallos, y
que nadie es perfecto. Decidió dar una segunda oportunidad al
ladrón, que juró no volver a robar nunca más.
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