Según cuentan las antiguas
leyendas gallegas, cuando la Serra da Cova da Serpe, en la región de
la Coruña, se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus cubiles
por el hambre y el frío, bajan en manadas por los faldeos, y más de
una vez se los ha oído aullar en coros pavorosos, no sólo en los
caminos, aterrando a los viajeros, sino hasta en las calles mismas de
los pueblos, donde los habitantes se encierran en sus casas a cal y
canto. Pero no son precisamente los lobos los merodeadores más
terribles de la Covada Serpe; en sus riscos superiores, en sus cimas
desoladas y sus cuevas interminables, pululan unos espíritus
diabólicos que por las noches bajan en enjambres por las laderas,
juegan en las aguas de las fuentes y arroyos y se hamacan en las
ramas de los árboles desnudos.Ellos, y no otros, son los que aúllan
a coro con los lobos, empujan inmensas bolas de nieve que bajan
rodando desde los picos más altos, arrollando todo lo que encuentran
en su camino, y los que bailan y corren como llamas azules, rojas y
amarillas, sobre la superficie de los pantanos.Entre estos espíritus
diabólicos que, arrojados de los llanos y los lugares poblados por
los exorcismos de la Iglesia, se refugiaron en las cuevas más altas,
los hay de diversas familias y,como tales, se aparecen ante nosotros
con formas y tamaños diferentes. Sin embargo, los más detestables y
malévolos de todos ellos, los que se insinúan con frases
seductoras, conquistando el corazón de las jóvenes son, sin duda
alguna, los gnomos. Estas pérfidas criaturas viven en las entrañas
de los montes, conocen a la perfección sus cuevas y senderos
interiores, y cuidan celosamente los tesoros que las rocas encierran
en su seno, entre los que pueden contarse las vetas auríferas, los
yacimientos de metales preciosos y los innumerables depósitos de
piedras preciosas. Según cuenta un antiguo relato de esta región de
la Serra da Cova da Serpe un joven pastor,tratando de recuperar a una
de sus ovejas extraviadas, penetró en uno de esos antros, horrorosos
ymagníficos a la vez, con sus bocas disimuladas por espinosos
matorrales y cuyo fin no fue visto nunca por hombre alguno. Cuando
ingresó a la cueva, el pastor era un hombre joven, garboso y
atezado, pero cuando regresó del interior de la montaña, su rostro
se encontraba pálido como la muerte y su cabello había encanecido
como el de un anciano. Había descubierto el secreto de los gnomos;
había respirado la fétida y ponzoñosa atmósfera de sus cubiles, y
pagó su atrevimiento con un envejecimiento prematuro. Pero en lo que
le quedó de vida pudo referir a quien quisiera escucharlo lo que
había visto, y su historia fue transmitida de padres a hijos desde
incontables generaciones. De acuerdo con lo que él mismo narró, se
internó caverna adelante, hasta llegar por último a unas
interminables galerías que descendían abruptamente hacia las
entrañas de la tierra; estos enormes pasadizos estaban alumbrados
por un fulgor misterioso y fantasmal, producido, al parecer por la
fosforescencia de innumerables trozos de gemas cristalinas, de todas
las formasexóticas e inverosímiles que ninguna mente humana podría
haber imaginado.El piso, las paredes y el curvo techo abovedado de
los inmensos salones en que se abrían de tanto en tanto las
galerías, se veían jaspeados por estrías de colores diversos, como
los mármoles más finos, pero las vetas eran de oro y plata, y en
ellas aparecían incrustadas infinidad de piedras preciosas entre las
que podían identificarse rutilantes diamantes, rubíes rojos como la
sangre,verdes esmeraldas, zafiros, topacios y muchas otras piedras
desconocidas, que el pastor sólo pudo describir diciendo que sus
ojos se habían encandilado al contemplarlas.
El más absoluto
silencio lo acompañó durante su descenso por aquellos
interminables pasadizos; ningún ruido, excepto el de sus pasos,
rebotaba en sus anfractuosidades y, a intervalos irregulares, unos
gemidos prolongados y lastimeros, provocados por un viento de
origen desconocido que circulaba a lo largo de aquel intrincado dédalo
de corredores. Escuchando con más atención, el pastor también pudo
percibir el susurro de aguas corrientes que discurrían por las
paredes, y el rumoreo desconcertante de un río de lava subterráneo
que hervía debajo de la roca que pisaban sus pies.El joven, solo y
perdido en aquel laberinto inverosímil, caminó durante largas horas
sin poder encontrar una salida, hasta que finalmente descubrió el
manantial cuyo rumor había escuchado tiempo antes. Encontró el
arroyuelo tras un recodo de la gruta, que brotaba de una de las
paredes como una fantástica cascada de plata coronada de espuma, y
corría por el piso descendente,produciendo un murmullo cristalino al
acariciar sus aguas las peñas y las grietas de la roca viva.En sus
márgenes crecían plantas desconocidas que el pastor, a pesar de
haber vivido toda su vida en la región, no pudo siquiera identificar;
algunas de ellas, que salían a través de las fisuras de las piedras,
tenían una extrañas hojas anchas y carnosas, y otras, que se
arraigaban dentro mismo del arroyo, eran finas y delgadas como cintas
que ondulaban con los movimientos del agua.Entre estas plantas se
movían unos seres extraños que, en algunas ocasiones
parecían humanos de corta estatura y gran deformidad, en otras
grandes salamandras refulgentes y un momento más tarde se
transformaban en efímeras llamaradas multicolores que danzaban en
locas espirales sobre las plantas. En esas criaturas, el pastor
identificó aterrado a los gnomos que,desplazándose por los
corredores de piedra,corriendo como enanos patizambos y
deformes,siseando y arrastrándose como reptiles o trepando por las
paredes y corriendo sobre la superficie del agua en forma de fuegos
fatuos, extraían ya tesoraban sus fabulosas riquezas. Aún en medio de
su terror, el joven recordó lo que las leyendas cuentan de aquellas
entidades diabólicas: son ellos los que conocen los escondrijos
donde los avaros entierran sus tesoros y que sus herederos luego
buscan en vano; son ellos los que saben dónde los moros dejaron sus
botines al ser expulsados de España; son ellos, y no otros, los que
localizan y roban las alhajas y valores que se pierden y luego los
ocultan en sus guaridas subterráneas, porque son los únicos que
pueden transitar por aquellos corredores mal sanos. Allí, escondido
entre las hojas carnosas, el pastor pudo comprobar la existencia de
objetos exóticos y de costo inapreciable, entre los que podían
verse copas cinceladas en oro y plata, conincrustaciones de piedras
preciosas; ánforas de los mismos metales, ricamente trabajadas
y colmadas de rubíes, diamantes y esmeraldas; collares y diademas de
perlas y gemas, y arcenes enteros llenos de monedas con formas y
caracteres imposibles de reconocer; tesoros, en definitiva, tan
incalculables y fantásticos que la razón se negaba a aceptarlos. Y
todas aquellas riquezas brillaban con tal intensidad, que el pastor
relató que parecía que todo el aire estaba lleno de chispas de
colores y que la caverna misma se encontraba en llamas, y las
imágenes rielaban como a través del calor de una hoguera.Y fue
entonces cuando la codicia comenzó a disipar el miedo del pastor,
quien, deslumbrado por la contemplación de tantas joyas, cada una de
las cuales lo enriquecería de por vida, intentó recoger algunas de
ellas, cuando, a pesar del bramido del río de lava, la profundidad
de la roca, el rumor del arroyo y las risotadas de los gnomos, llegó
hasta sus oídos el repique de la campana de la ermita del pueblo,
llamando a los fieles a la oración de la tarde. Al oír su clamor,
el pastor, que ya había sido visto por los gnomos y estaba a punto
de ser alcanzado por ellos, cayó de rodillas,encomendándose a la
protección de la Virgen de Cova da Serpe, patrona de la iglesia. Y
así, en un abrir y cerrar de ojos, y sin saber a ciencia cierta cómo
ni por qué medio, se encontró repentinamente fuera de la cueva,
tirado a un costado del camino que conducía al pueblo, y aturdido
como si hubiera salido de un largo sueño.
Desde entonces, los
lugareños de la Serra da Cova da Serpe saben por qué la fuente del
mercado trae a veces en sus aguas restos de un finísimo polvo de oro
y, en ocasiones, en el murmullo que causa se mezclan palabras y
suspiros confusos pero sugestivos, que los gnomos vierten en ellas,
para seducir a los ingenuos y avariciosos que los escuchan,
prometiéndoles riquezas que terminan por ser su perdición.
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