Hola, quiero compartir con ustedes esta bonita historia que me
encontré hace unos días por internet.
Jonny nació en medio
de una plantación de caña de azúcar de la República Dominicana.
Pero no es dominicano, porque sus padres son haitianos. Tampoco es
haitiano, porque no ha nacido allí. La única patria de este joven
es la plantación donde se despierta y acuesta cada mañana para
pasarse el día cortando caña de azúcar sin tener apenas algo que
llevarse a la boca.
No tiene cocina en la chabola de hojalata
que comparte con sus progenitores. Tampoco le hace falta, pues dicen
por el batey (como llaman allí a la plantación) que la sensación
de vacío en el estómago es ya tan habitual que ni duele. Hasta el
agua la toman del mismo lugar donde bebe el ganado.
El Padre
Christopher Hartley Sartorius sintió la bofetada de esta realidad
del cañaveral dominicano en 1997. Llegaba de asistir como párroco a
los más ricos de Nueva York en la catedral de San Patricio, aunque
también había estado en el Bronx y en las misiones de la Madre
Teresa de Calcuta en la India.
“El silencio del cañaveral
me sobrecogía cuando iba en un todoterreno chapoteando por el lodo,
era como estar circulando por una postal, un lugar donde no existe el
tiempo”, recuerda el Padre Christopher al rememorar su llegada para
lainformacion.com. Pero no tenía nada de poético: “Es el silencio
que nace de un miedo que te paraliza, la clave de toda esa perniciosa
industria. Allí la gente está muerta de miedo. Allí el miedo
paraliza”.
Cuenta que fue Teresa de Calcuta quien le enseñó la
“tenacidad y perseverancia en el amor” por los más
desfavorecidos y quien le mostró el camino de su sacerdocio cuando
aún se formaba en el seminario de Toledo en España. Por aquella
época (finales de los años 70) aprovechó unas vacaciones para
ayudarla con los más pobres de los pobres. Supo que quería
dedicarles también su vida y se convirtió en uno de los fundadores
de la rama de hombres de aquella congregación cuya entrega le había
embaucado, los Misioneros de la Caridad.
Atrás habían
quedado ya hacía tiempo las comodidades de su casa paterna, la de la
hija de los condes de San Luis, Pilar Sartorius, y el heredero inglés
de las mermeladas Hartley. Hace ya más de quince años que el Padre
Christopher vive, sueña y respira el aire de los cañaverales
dominicanos. Poco importa que ahora esté a miles de kilómetros, en
la igualmente paupérrima Etiopía.
Allí también le
necesitan, pero asegura que llegó al desierto forzado por las
presiones de la industria azucarera dominicana. “Usted deje de
joder aquí, porque aquí siempre ha sido muy tranquila la vida hasta
que usted vino a revolotearlo todo”, le habían advertido tiempo
antes. En 2006 se convirtió en una mosca cojonera que ya había
molestado demasiado a los poderosos dueños de las tierras donde vive
Jonny y la Iglesia dominicana acabó pidiéndole que se fuera.
En
el púlpito de la miseria (Ed. La Esfera de los Libros) es el libro
de la periodista Joana Socías que plasma ahora sobre el papel la
historia y la lucha de este sacerdote anglo-español.
Jonny
trabaja sin descanso para intentar conseguir al menos una tonelada
(sí, una tonelada) de cañas de azúcar al día. Si las fuerzas y el
acostumbrado estómago vacío no le traicionan y corta dos o tres
toneladas cada día, al final de la semana puede llegar a cobrar 12
euros. Eso si el contable no extravía o manipula el registro de la
caña cortada. Más de una vez ha llegado el sábado para cobrar su
salario semanal y se ha tenido que volver con las manos vacías a
casa o con menos de lo que le correspondía realmente.
Hasta
los bueyes reciben mejor trato que estos trabajadores. “Un buey es
mucho más caro que traficar con una persona. [Si le pasaba algo,]
venía volando un veterinario. Cuando una mujer se ponía de parto,
allí no venía nadie”, asegura Hartley Sartorius.
Enviado por Cucaditas
Gracias por compartir con nosotros esta historia tan triste y dura,
ResponderEliminarTe deseamos todo lo mejor.
Saludos